Louisville
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29 Nov 2006
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Publicado: Mar Jun 24,
2008 9:34 am
Asunto: Barcelona, ayer y hoy. |
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Por los mensajes vertidos a
menudo en este foro que recuerdan tiempos y caballos pasados
se puede decir que los aficionados a las carreras de caballos
somos propensos a la nostalgia. Creo que por las propias
características de este deporte, donde tras un par de
temporadas un caballo ya es "viejo" y se le recuerda como
veterano, la afición va acumulando ciclos que componen su
recuerdo. También será por la intriga genealogíca de las
carreras, cuando al contemplar un ejemplar en el paddock
podemos recordar a alguno de sus progenitores, bien por
haberlo visto correr, o bien por haber leído acerca de sus
proezas en algún hipódromo lejano, dejando tras si un legado
genético que llega hasta nosotros en la forma de un
descendiente que ahora cobra un interés especial.
En
definitiva, las carreras parecen ir de la mano de los
recuerdos y de las anécdotas hasta tal punto que a veces las
circunstancias de nuestro entorno hace que algunos nos
encontremos remontando el río contra corriente más que
conformándonos con seguir su curso. Así yo por ejemplo,
encontraba tanta o más satisfacción en visitar las tumbas de
grandes progenitores de la raza en Kentucky como en poder
acariciar a sus descendientes. Leer la inscripción
PRINCEQUILLO desgastada por el tiempo en la tumba de éste un
día lluvioso en Paris, Kentucky me producía una emoción igual
de intensa que acariciar las crines del mítico SEATTLE SLEW a
unos pocos kilómetros en Midway.
A menudo leo
comentarios aquí acerca de las épocas anteriores de las
carreras en España, cuando llegó a haber cuadras y yeguadas
establecidas que compitieron durante décadas y reparo en el
hecho de que en años recientes se ha hecho un esfuerzo muy
grande por restaurar la actividad de las carreras en nuestro
país. Un esfuerzo al que se han sumado varias comunidades
autónomas, fortaleciendo la llama de las carreras que nunca
dejó extinguirse el país vasco.
Pero como toda
actividad ligada al juego, las carreras están muy politizadas
y su desarrollo en nuestro país como parte integrante del
sector del juego ha recibido algún revés importante, como la
aprobación de un decreto regulador de apuestas para Madrid en
diciembre de 2006 sin antes ratificar el reglamento de
apuestas hípicas de 2002 dentro de una ley nueva que
protegiese los intereses de los hipódromos y las carreras en
España. La creación de esta ley es la asignatura pendiente del
sector de las carreras en España. Una ley que asegure que los
ingresos provenientes de apuestas realizadas en territorio
español sobre carreras de caballos, dondequiera que se
produzcan, reviertan un porcentaje al sector local es crítico
y fundamental para el presente y futuro de las carreras en
nuestro país.
Tras unas semanas de muy necesaria "agua
de mayo", hace unos días salió finalmente el sol y con el
aroma del verano en el aire no pude resistirme a remontar un
poco más el río de la nostalgia. Hice algunas consultas y me
dirigí al puerto de Barcelona, donde el fuerte aroma del mar y
la maquinaria distaba mucho de la reconstrucción histórica que
bullía en mi mente, pero creo que al final pude satisfacer mi
curiosidad.
Como nos ha comentado J.C. Ribera en
ocasiones anteriores, en septiembre de 1883 se inauguró un
hipódromo en Barcelona. En unos terrenos pantanosos entre la
montaña de Montjuïc y el mar conocidos como La Fraga, se
levantó una tribuna de madera con capacidad para 2.500
personas y un óvalo de hierba donde se disputaron carreras sin
interrupción hasta 1886, conociéndose como hipódromo de Casa
Antúnez, o Can Tunis. Después cerró, quedando semiabandonado y
utilizándose para la aviación incipiente, hasta volverse a
abrir como hipódromo en 1917. Pero ya en 1904 el plan Angulo
de ampliación del puerto de Barcelona amenazaba su existencia,
plan que acabó siendo efectivo con la demolición definitiva
del hipódromo en 1934 y la creación de los muelles de Lepanto
y Evaristo Fernández, que ahora ocupan su lugar.
El
otro día en el puerto de Barcelona, recorrí el camino que
tantas veces hiciera el tranvía de El Morrot, que tomaban los
asistentes a las carreras en la Rambla de Santa Mónica, hasta
llegar al final de Pº de la Agrícola, donde se encontraba la
entrada al hipódromo. En su novela "La Febre d'Or," publicada
en 1892, el escritor catalán Narcís Oller nos describe el
hipódromo de Can Tunis y sus asistentes, tanto la burguesía
pudiente de las tribunas mirando a Montjuïc, como el público
más modesto y numeroso apoyado en la barrera de cara al sol.
Nos habla de un atisbo de Longchamp en una ciudad que desde
1917 olvidaría las carreras. Un tiempo en la historia de la
ciudad que ha quedado sepultado en el anonimato bajo las
edificaciones portuarias, olvidado incluso por la nostalgia.
Can Tunis ayer:
y
hoy:
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