Leonard Quercus Registrado: 13 Dic 2006 |
Publicado: Lun Oct 01,
2007 7:57 am
Asunto: JULITO HERNANZ |
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Había una especie de
respeto piadoso y alegre por Julito Hernanz. Hoy en día
los comentarios sobre los caballos que hubiera montado Hernanz
en la revista cuyos auspicios dan cobijo a nuestras
colaboraciones en este foro serían de la índole simpática de
“Peso volador” o “¡¡Vamos Julito!!, pero en aquel tiempo las
disquisiciones al respecto se estilaban más en los corrillos
de los ineludibles o en los aledaños del paddock. No creo
que Julito Hernanz levantase más de metro y medio del suelo, y
casi nunca figuró su nombre entre los nombres de los que
ocuparon los puestos más nobles de las estadísticas, pero para
mí una jornada de Carreras sin montas de Julito Hernanz (y
también para mí, que hay quien no gusta de las aceitunas) era
como un plato de ensaladilla rusa sin aceitunas. Si como
dijo Ceferino en una entrevista subirse a un caballo era como
subirse a una catapulta de media tonelada, subirse a uno para
Julito Hernanz debía ser como apoltronarse en el caballo de
Troya. Julito Hernanz escuchaba las órdenes de los
preparadores con los ojos muy abiertos y la boca a medio
cerrar, en una pose que igual podía significar un estado de
asimilación profunda o una incredulidad inabarcable basada en
el hecho de estar meditando Julito Hernanz en aquellos
instantes perdidos acerca de la turbadora disyuntiva de si el
preparador realmente creía que él, Julito, podría con sus
cuarenta y pocos kilos gobernar un cuadrúpedo de casi
seiscientos a galope tendido, o si realmente el preparador no
lo creía. Luego el mismo preparador ayudaba a Julito
Hernanz a colocarse en la silla con un empujón y, tras un
vuelo corto, todos veíamos a Hernanz a la grupa del equino
como un niño pequeño con una cara de señor de cuarenta años.
Despertaba Julito Hernanz cariños por doquier, o al menos
así parecía ser, y recuerdo carreras en las que aparentaba
Hernanz poder desintegrarse contra la pista en el caso de caer
de su montura. Por fortuna, la tarde que Leopoldo ganó el
Torre Arias, y en una caída en la que también estuvieron
involucrados el Rubio, Cefe y Fernando Martín, Julito no se
desintegró. Ahora, mientras lo escribo, me viene a la
mente una recta final a lomos de Rubán (o de Román) en la que,
como en esos dibujos de la Mirisch Company (los de la Pantera
Rosa), yo creía estar viendo a Julito Hernanz en posición
horizontal y colgado por completo de las riendas y con los
pies fuera de los estribos y en el aire, en tanto Román (o
Rubán) remataba casi pegado al público como alma que lleva el
diablo. Después, poco a poco, a Julito Hernanz dejaron de
ofrecérsele montas y se acabaron las aceitunas de mi
ensaladilla. Y para la temporada de Otoño que acabaría con
el cierre del Hipódromo hasta el 2005, para la temporada de
Otoño que desembocaría en el inicio de la década ignominiosa,
Julito Hernanz, que había escrito muchas páginas bonitas en la
historia de La Zarzuela y protagonizado gran parte de las
conversaciones más simpáticas de los ineludibles o aquellas
desarrolladas en los aledaños del paddock, sólo era otro de
los mozos que paseaban a los caballos antes de salir a la
pista. Y le ocurría como me ocurre a mí: que dependiendo
de la camiseta que vistiera había veces que dejaba asomar
entre el final de esa camiseta y el borde de los pantalones
una incipiente, impertinente, imprudente, insolente y
dicharachera tripita. Una tripita que redondeaba ese
cuerpo suyo de niño pequeño coronado con la cara de un señor
de cuarenta años. _________________
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