Leonard Quercus Registrado: 13 Dic 2006 |
Publicado: Lun
Sep 24, 2007 2:17 pm
Asunto: EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO |
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Yo creo que en los años 80
todo era más bonito. Supongo que aquello de que cualquiera
tiempo pasado fue mejor es una verdad como un castillo y una
de las pocas cosas en la que los españolitos estamos de
acuerdo con independencia del color político de cada cual, con
independencia del cristal con qué miremos, con independencia
del periódico que leamos, del telediario con que nos
informemos y con independencia de que sintonicemos a Iñaki o a
Federico, y con independencia de que nos gusten o no las
películas de Harold Lloyd. No es sólo que en los 80
tuviésemos la Medicina Fantástica del Doctor Rosado, el
Inspector Gadget y la movida, las hombreras y los cabellos
cardados, no. En el Hipódromo existía la Triple Gemela, algo
con una denominación tan lírica como el Recinto de Balanzas, y
la zona de General. Los días de grandes premios las
banderas de las escuadras más laureadas ondeaban orgullosas
unidas a sus astas inmaculadas y los ganadores de la quinta
recorrían la pradera de Preferencia rodeados de niños atónitos
y entusiastas aplaudidores. En los 80 a la señora del baño
de caballeros se le dejaban unos duritos de propina por ser la
guardiana metafísica de nuestras aguas menores y subíamos al
paddock por las escaleras que lo conectaban con una estancia
que hoy está clausurada y en la que un grupo de aficionados
indelebles analizaban las Carreras tranco a tranco cuando la
repetición. Los niños de entonces hacíamos competiciones
pasando por detrás de ese grupo en ese trocito de las
instalaciones. Salíamos como tiros de allí donde el césped de
Preferencia se limitaba por una verja y las hijas de Ovidio, a
las que recuerdo tan delgadas como las astas de las que
pendían las banderas, decidían apuestas sobre nosotros en base
a nuestras hipotéticas "chances". Y me acuerdo de que las
hijas de Ovidio y sus amigas apostaban por mí, que en esa
época era rápido como el viento. Apostaban por mí en los
sprints en línea recta y en los hándicaps a escala, en la que
los veloces dábamos metros de ventaja a los menos raudos. Y
apostaban por mí en las carreras largas, ya con terreno seco,
ya blando o ya pesado. Y me acuerdo de Nerea, que (creo)
era y seguirá siendo hija de Juan Manuel Sánchez, y de otras
niñas con nombres vascos y evocadores (¿Itxaso...?). Y de los
hijos de Medina, que llevan rica merienda... Hoy día no
hay Recinto de Balanzas ni zona de General, ni guardianas
metafísicas en los baños ni ganadores de la quinta recorriendo
la pradera de Preferencia rodeados de entusiastas
aplaudidores. Y tampoco he visto niños corriendo sobre el
fresco césped y disciplinándose con fustas invisibles (lo de
las fustas en Carreras que no sean de debutantes, digo).
Creo que me estoy haciendo viejo y que como a nuestros
abuelos y a nuestros padres el devenir me obliga a escribir
ahora que la vida ya no es como era antes. Pero lo cierto
es que muchos de los que nos hicimos hombres entre hándicaps y
grandes premios tenemos la enorme obligación de que nuestros
hijos, los aficionados de mañana, puedan decir un día que
todos sus tiempos pasados -que son nuestros tiempos presentes-
fueron mejores. La enorme tarea de que recuerden lo que de
bueno tiene nuestro Hipódromo y de convertir lo que hay de
menos bueno en nuestro Hipódromo en óptimo para que sea
recordado como óptimo. Y sé que es difícil, porque los
niños de la actualidad han abandonado la poesía por la Play
Station, los sprints en línea recta por los videojuegos y el
Inspector Gadget por los Reality Shows; y a este paso, y como
personas que abandonan aquello que el ser y el estar tenían de
bonito, quizá abandonen más pronto que tarde algo tan hermoso
como las Carreras de Caballos. Es difícil, pero yo apuesto
por nosotros de igual forma que las hijas de Ovidio apostaron
por mí. Apuesto a que traeremos a nuestros niños a las
praderas y que conseguiremos que se queden para siempre. Y
que ellos como nosotros, como nuestros abuelos y nuestros
padres, podrán seguir quejándose en las marquesinas de Torroja
así que pasen treinta años con ese estribillo tan manido: "ya
nada es como antes". Lo mágico de empezar una temporada, o
de tener un Hipódromo al cargo, es imaginar que, al final,
todos los sueños se habrán cumplido. Yo no sé cuáles serán
vuestros sueños, pero sí os presento el mío (que coincide con
el de una de las personalidades más interesantes -a mi exiguo
entendimiento- que nos dio el extinto Siglo XX): tengo unas
ganas tremendas de ser joven otra vez. Y os aseguro que
esas tremendas ganas que tengo de ser joven otra vez se verán
colmadas cuando el hijo de la hija de Ovidio, a quien he visto
alguna vez en un carrito empujado por su delgada y flamante
mamá, compita con sus amigos por el fresco césped jaleado
desde los bancos por mi hija o por las amigas de mi hija, que
lo habrán elegido animosas por ser el de mayor "chance" de
entre todos los rivales. _________________
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