Leonard Quercus Registrado: 13 Dic 2006 |
Publicado: Lun Jul 30,
2007 2:11 pm
Asunto: ROMUALDO GARRIDO: DRAMA EN TRES ACTOS
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Romualdo no fue nunca un
jugador empedernido. Ni siquiera fue un jugador de los
medianos. Criado en la templanza y en el resto de virtudes
teologales y cardinales, inculcadas a machamartillo por sus
padres, un matrimonio de cristianos viejos y sin familia
dedicados por entero al cultivo de la tierra y que sólo
lograron engendrar a Romualdo, hijo único, cuando ya habían
perdido la esperanza de tener descendencia, fue siempre
Romualdo un hombre contenido. Romualdo había llegado a
Madrid con la primera hornada de extremeños que cambiaron el
campo por las calles asfaltadas y los placeres de lo rústico
por la trepidancia de la urbe. Estudiante aplicado y tenaz
trabajador, pasó por todos los puestos de la empresa para la
que colaboró durante más de veinte años, pero vino a perder
todo su patrimonio, ya jubilado, con el desmoronamiento de
SEPU en 1984, cuando los populares almacenes se declararon en
suspensión de pagos. Desde entonces el presupuesto que
destinaba para las carreras de caballos era ínfimo,
costeándose el abono de temporada arañando de aquí para
colocarlo allá y permitiéndose sólamente una quiniela hípica
de dos ceros cuando se la cobraban en pesetas y una quíntuple
de dos o tres euros a partir de la conversión. Las tablas
de valores, en cambio, en parte por romanticismo y en parte
por costumbre, nunca las ha dejado de llevar con pura
delectación. Por eso Romualdo, que sigue apostando hasta
la sexta en el Hipódromo sólo cuando el resultado de las
primeras carreras le ha sido favorable, sólo cuando le saca
partido a los cuatro euros que acerca consigo a La Zarzuela en
un monederito decimonónico, como el día en que debutó
Palamoss, ha contemplado la fácil victoria de Ensis como algo
ya visto por un jugador con mirada de buen calibre. El día
del debut de la nacional, el 10 de Junio pasado, Romualdo dejó
anotado al lado de los progenitores de la potra en el cuaderno
escolar donde grababa sus valores un "OJO CON ELLA" en tinta
roja y con su preciosista caligrafía de amanuense que no le
había permitido dudar del triunfo de la hija de Zieten ni
cuando le comentaron que Roberto López presentaba a la
francesita Colochos para ganar seguro el Martorell. La vio
a Ensis tan reposada y tan bonita en el paddock ese 10 de
Junio, con un aire de tanta suficiencia, que le quedó la
sensación perturbadora para el resto de la mañana de que Ensis
hubiera podido contestar a cualquier piropo que cualquier
aficionado le dirigiese zalamero en cualquiera de los idiomas
de la Tierra. Hoy Ensis, una yegua nacional con madera
para grandes gestas, se ha impuesto como una generala a los
más notorios importados. Una de una para Romualdo. El
resultado de la segunda de la mañana, el Premio Expansión
correspondiente al día de hoy, un resultado que ha supuesto el
reencuentro con la victoria del 6 años Homer, sí le ha
sorprendido. Y no sólo porque un conocido de Romualdo -Jacinto
Martí Vilches- que escribe en el foro de la revista A Galopar
bajo el sobrenombre de Zalacaín le ha dicho que Alfonso
González, propietario de Homer, que también escribe en el foro
con el apelativo de Arifan, aseguraba en un mensaje
ciberespacial esta semana que Homer debería estar batido por
Admiral, sino también porque Romualdo había visto al castrado
de la Cuadra Zalduendo en el paddock algo nervioso e
impresionable. Esta mañana Romualdo, que siente el peso de
la edad, y viniendo de camino en los autobuses que parten
desde la Moncloa, también se encontraba un poco nervioso.
El viernes 6 de Septiembre de 1991, el doctor Gustavo
Arozarena Ruiz de Medina, jefe de la Unidad de Hemato-Oncología del Hospital del Monte
Horeb, informó a
Romualdo de que unas células anormales alojadas en el interior
de su intestino, del de Romualdo, habían deteriorado buena
parte del tejido localizado en la zona del colon. Le apuntaba
Arozarena que aunque esas células no habían penetrado en el
torrente sanguíneo ni en el linfático había que estar
preparados para el caso de que en un futuro sí lo hicieran.
Quince años después, coincidiendo con el primer
aniversario de la reapertura de La Zarzuela, y después de un
calvario médico de operaciones pedregosas y noticias menos
malas que Romualdo aprendió a identificar como vísperas de
periodos de recrudecimiento, Gustavo Arozarena, antes de
dejarlo solo y calmado en la desierta sala de espera de la
segunda planta, donde Romualdo iba a tomar minutos después la
decisión más importante del resto de su vida, le espetó sin
rodeos pero con toda la delicadeza del mundo el anuncio
terrible: -Año y medio. Dos años como máximo.
Romualdo, que temía más al tormento que a la muerte, le
preguntó con un susurro: -¿El final será muy doloroso,
doctor? El doctor suavizó aún más su tono: -No tiene
porqué serlo. Cuando no se sienta con fuerzas nos llama;
nosotros nos ocuparemos. Y terminó, compasivo: -Lo
siento mucho, amigo mío. Homer ganó creciéndose en la
brega con una soberbia monta de Gloria Madero, la chica de
ojos bellos y fríos y nervios de acero, ante Admiral, la
Cortinal que Arifan consideraba a priori como la rival a batir
por su caballo, pero Vermeil Sky conquistó la tercera de sobra
rematando de finales con el espléndido Sylvain Hureau, un
cabalgante de hielo que viene, mira y vence. La mañana del
Derby, la mañana del Villapadierna, a primera hora, de camino
hacia la Pelousse, Romualdo se había cruzado con Hureau.
Le llamó la atención porque la fusta en la misma mano que
la bolsa de recluta y el físico recortado y atlético dejaban
patente que ese chico de cabello oscuro y mirada clara tenía
que ser un jockey, pero él no lo conocía. Y se impresionó
Romualdo por la imagen de profesionalidad que el chico
desprendía. Luego, cuando Hureau condujo en un final
demoledor a Vermeil Sky a su tercer primer puesto del año en
el Premio Nissan, y cuando se impuso a un Fayos muy rematador
a lomos de Midnight Beauty en el Derby pilotando al foráneo
Premier Galop, Romualdo pensó que el jinete Sylvain Hureau
había demostrado ser una de las revelaciones de la temporada.
Hoy, tras el triunfo de Aproach Shot en la cuarta, con un
Santiago Martín que también ha definido saber ganar viniendo
de finales, recordando la impresión que le causó Hureau a
primera hora de la mañana del 3 de Junio, la mañana del
Villapadierna, la mañana del Derby, recordando que el
cabalgante francés ha ganado hasta el momento todo lo que ha
disputado en La Zarzuela, y recordando que Sylvain va a
defender de nuevo las posibilidades del potro francés hijo de
Septieme Ciel en el Gran Premio de Madrid, Romualdo, que ya no
está nervioso, piensa que quizá mañana, cuando el sol se
aviste por los madrugadores que salen a la misa de seis que
celebra don Torcuato en la Parroquia de Jesús Caminante, él no
se encuentre ya a este lado de todas las cosas. El día en
que el doctor Arozarena Ruiz de Medina le soltó a bocajarro a
su paciente Romualdo Garrido de la Torre en una sala de espera
de la segunda planta del Hospital del Monte Horeb que le
quedaban desde entonces como máximo dos años de vida, Romualdo
se prometió a sí mismo que no se dejaría llegar hasta el
final. Temeroso antes que de nada del dolor y del
padecimiento físico, sin parientes ni siquiera remotos en la
capital, y hombre de resoluciones perentorias, Romualdo se
dijo en aquella salita con cuadritos en tonos cálidos de
motivos marítimos y evocadores que en su futuro a término fijo
se le presentaría una ocasión propicia para cumplir con su
juramento. Esa ocasión propicia, por qué no, también
pudiera estar fundamentada en el resultado de una carrera de
caballos. Es un domingo de sol tenue. El cielo está de
un azul desganado y en la atmósfera hay algo como de otros
domingos remotos. Las hojas de los árboles, impávidas y
lúcidas, piensan en sus gotas de comer como el que piensa en
el pan de cada día. Romualdo ha llegado ya a su casa.
Premier Galop ha ganado como ha querido el Gran Premio de
Madrid y el buen Palamoss sólo ha podido ser segundo.
Romualdo se ha vestido con el único traje que le queda,
apolillado y viejo, y ahora está enfrente del espejo. En
la mesita de noche, al lado de un despertador que ya no
volverá a sonar y junto a un ejemplar de El Pedestal de las
Estatuas con el sello de la Biblioteca Pública Juan Garvía,
hay un bote de dosinteina, un barbitúrico que ha mitigado
muchas veces muchos dolores en muchos pacientes. Ahora
Romualdo, que quedó cautivado por un hijo de Night Shift y
Palavera de nombre Palamoss, está seguro de que la dosinteina
se encargará de que mañana, cuando los madrugadores de la misa
de don Torcuato avisten los primeros rayos de sol, él esté ya
del otro lado de todas las
cosas. _________________
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