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LO QUE TENGO DE GALEOTE
Autor Mensaje
Leonard Quercus

Registrado: 13 Dic 2006
MensajePublicado: Lun Jun 25, 2007 2:43 pm    Asunto: LO QUE TENGO DE GALEOTE

Tengo que cumplir condena.
Sí, habéis leído bien; tengo que cumplir condena.
Acerca de cómo he llegado a esta situación, sobre las vicisitudes que me llevan o han llevado a tener que afrontar esta ignominia, de momento, guardaré silencio. Y no sólo porque me siento como Joseph K., el protagonista de la novela El Proceso, de Franz Kafka, sino porque extenderme en los prolegómenos de una historia que no tiene una esencia demasiado cierta me parece un tremendo ejercicio de futilidad.
Algunas veces, por más que la conducta de uno sea irreprochable, por más que uno presente una hoja de servicios impoluta, los problemas acuden a buscarte cuando menos te lo esperas como escualos en desbandada.
En mi caso, ni siquiera una educación absoluta en un colegio de ministros de Dios, ni los estudios de grado y de posgrado, ni los muchos o pocos conocimientos que yo pueda atesorar después de haber leído todos los libros del mundo, han supuesto bagaje suficiente para librarme de la condena.
Por dotar de un tono algo más festivo a este anuncio antes de llegar al final y suprimir en la medida de mis posiblidades este run run fúnebre que no tiene razón de ser os digo que me he acordado mucho de Jazz a medida que se aproximaba esta fecha. Y también de Palomitu, que nos espera en Soria, y de todos esos otros y otras que, amando como aman el mundo de las Carreras de Caballos, deben contentarse con seguir el espectáculo por la televisión. Pero también me he acordado de mi amigo Dzudo, que luego os diré por qué.
A lo que me toca vivir ahora, a lo largo de un período que dicen no podrá ser inferior a dos meses, no creo que pueda acostumbrarme por muchos años que sean los que me queden por vivir; pero de haber sabido que por hacer lo que hice o -por ser más exacto- por emprender lo que emprendí me volvería a encontrar de nuevo a las puertas de este castigo os confieso que no cambiaría un ápice mis decisiones.
Me consuelan con la manida frase que afirma que son cosas que pasan. Lo malo es que estas cosas que pasan no suelen pasar a las personas a las que nadie les dirá nunca que las cosas que a ellos les pasan son "cosas que pasan", y aunque sé que puedo cumplir buena parte de lo determinado en esa sentencia incorpórea en mi domicilio, el que le fuercen a uno a hacer algo que no quiere, o el que le fuercen a no hacer algo que quiere, es siempre motivo de derrota.
Alegué sin tener a quién arraigo social, el atenuante de una furiosa enajenación futura, y todos los demás atenuantes específicos conformes a derecho, pero no me ha servido de nada. Y ha sido desde el primer instante mi pretensión que os enteráseis de primera voz; ser yo el que os lo contase.
Quizá si lo de mi condena hubiera llegado a vuestros entendimientos a través de otros cauces se hubiera magnificado el hecho que me aboca a esta catástrofe, quizá se hubiesen añadido a mi historial actos turbios u omisiones dolosas que no os hubieran hecho recordar a este Leonard más que por lo que tengo de galeote, o quizá, simple y llanamente, se me hubiera tachado de algo que no soy.
Esta tarde, hablando con vosotros, rememoro lo feliz que he sido desde siempre en La Zarzuela y el alborozo que me supone vuestra compañía cibernética, y a pesar de que hay muchísimas opciones de que os pueda seguir contando cosas los lunes -aunque me han notificado que buena parte del mes de Agosto estaré incomunicado en algún punto del sur de la geografía-, nunca será lo mismo compartir esta abrasiva afición mía teniendo presente que aún no sé cuándo podré volver por el Hipódromo.
Hace mucho tiempo, estudiando nociones de Filosofía básica, conocí que hay castigos positivos -privar a alguien de algo que le gusta- y castigos negativos -imponer a alguien algo socialmente considerado como desagradable-. Años más tarde, uno de los pocos profesores a los que yo aún hoy le reconozco su maestrazgo -como se lo reconozco a Calzada Jr- y una cierta ascendencia sobre mis pensamientos, y que es alguien con bastante peso específico en el intrincado mundo de las leyes, me habló de la espiral estigmatizadora del procedimiento penal.
Explicaba mi profesor que él sólo era partidario de la prisión mayor en supuestos verdaderamente graves, porque, a su elevado juicio, aquel que se convertía en pieza aunque fuese transitoria del engranaje punitivo quedaba marcado para siempre por el hierro candente de la malignidad aprehendida.
Ahora, en este minuto, estoy tan apenado que casi no logro sujetar el bolígrafo. Siento como si la bóveda celeste se estuviese desplomando rápidamente sobre mi cabeza y como si yo flotase sobre una niebla atávica que envolviese glotona cada uno de mis movimientos y cada una de mis reflexiones.
Me pienso parte exclusiva de una pesadilla feroz y lucho por despertar de ella con todas mis fuerzas, y creo que estas impresiones sólo podrían entenderse por aquellos que están a un sólo paso de la cárcel.
El celebérrimo Puente de los Suspiros, de Venecia, recibe su romántico nombre de algo que no tiene nada de poético. Cuenta la leyenda que los enamorados que navegan en góndola bajo su piso estarán unidos por un amor eterno hasta el final de las épocas, pero la verdad es que lo de los suspiros nació porque el famoso puente une las dependencias del Palacio Ducal con las antiguas mazmorras de la Inquisición. Y fue por ello que Lord Byron, ya en el Siglo XIX, vino a imaginar líricamente para satisfacción de sus contemporáneas jovenzuelas enamoradizas que los ajusticiados, en el postrer instante en que veían con sus propios ojos el cielo azul sobre la plomiza laguna, estarían deshaciéndose aletargados y estoicos en suspiros como de náufragos.
Hace algo más de veinticuatro horas, toda vez que Vicent, el Wagon Master de don Manuel Pereira, echase el cerrojazo hasta el Otoño a las diurnas en La Zarzuela, a mi yo totalizado lo tomó por asalto lo que he dado en denominar una Crisis del Suspiro.
A diferencia de la misma jornada del pasado 2006, cuando volvía a casa festejando el hermoso triunfo de la Reina en el GPS mientras entonaba con mi voz mediana las canciones de la radio, ayer, en el coche, sólo tenía cuerpo y memoria para una canción de Andrés Calamaro que se llama La Libertad. Y como ha poco que he leído por estos andurriales preciosas letras de tangos porteños y frases más familiares de otras milongas cercanas me voy a permitir ahora la licencia de apuntar aquí sus dos primeras estrofas:
Creo que todos buscamos lo mismo / no sabemos muy bien qué es ni dónde está / oímos hablar de la hermana más hermosa / que se busca y no se puede encontrar /
La conocen los que la perdieron / los que la vieron de cerca, irse muy lejos/ y los que la volvieron a encontrar / la conocen los presos: / la Libertad.
Llegados a este punto no veo ya por qué no apuntar además parte de la sentencia que me pone a las puertas, como os decía, de esta catástrofe ignominiosa:
"El Gran Premio Ciudad de Madrid clausura la temporada de Primavera en La Zarzuela".
Así es, compañeros. Así es. Tengo que sufrir por un período que dicen no puede ser inferior a dos meses la ausencia de Carreras en Madrid. Y me siento como Joseph K. en El Proceso, de Kafka, al que, sin haber hecho nada malo, fueron a arrestarlo una mañana.
Y ni mi educación en un colegio de sacerdotes dominicos, ni mis muchos estudios o pocos, ni el haber leído todos los libros del mundo me ayudan en este castigo, que no puede tener nada de positivo y que me ha sumergido maligno en una crisis de suspiros no sé todavía hasta cuándo.
Es algo a lo que no me acostumbro por muchos años que se suceden, y me siento estigmatizado, perseguido por una turba de escualos en desbandada. Protagonista de una pesadilla de la que intento despertar con todas mis fuerzas, rodeado de una niebla atávica.
Y he pensado mucho en esta afición hermana, la más hermosa, y en lo feliz que he sido desde siempre en el Hipódromo. Y en Palomitu, que nos espera en Soria, y en Jazz, y en todos esos otros y otras que amando como aman este mundo han de seguir el espectáculo, como yo habré de seguirlo a partir del próximo domingo, por la televisión.
Y en mi amigo Dzudo, al que no le viene ahora su Semana Grande, sino sus Inmensos Meses.
Lo único que me consuela es que en esta página podremos nosotros seguir buscando lo mismo, aunque yo me ausentaré buena parte del mes de Agosto para enseñarle a mi hija cómo se torea como Dios manda un rebaño desbocado de feroces olas atlánticas.
Cosas que pasan.
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