Leonard Quercus
Registrado: 13 Dic 2006 |
Publicado: Lun
Jun 11, 2007 6:39 am
Asunto: ¿UNA NOCHE EN LAS CARRERAS? |
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Yo sí he estado en el
Hipódromo por la noche. Antaño, cuando la vaina de la
nocturnidad se le ocurrió a quien se le ocurriese, yo,
absoluto devorador de turf, acudía a las Carreras feliz con
mis prismáticos y mi programa al objeto de disfrutar de otra
jornada más en La Zarzuela. Digo esto para despejar las
dudas si las hubiere acerca de si lo que voy a escribir hoy lo
escribo por escribir otro cuento o porque tenga o no cimientos
para ello. No sé si alguien de los que me rodean podrá
decir que me conoce por entero, que hasta a los más allegados
se les suele ocultar de tanto en tanto facetas de la
personalidad de uno; en mi caso, si a alguien que me conociera
por entero se le preguntase por el principio al que me agarro
para conducir mi vida, a mí me gustaría que la contestación de
ese alguien fuese: "Leonard vive y deja vivir". Yo abundo
ahora en esa hipotética contestación y os cuento que obligo a
mi libertad a terminar allí donde empiezan las vuestras, y que
no haría colisionar con estrépito ninguna de mis ideas con
ninguna de vuestras ideas. Por lo mismo, me es de ley
exigir que vuestra libertad acabe allí donde empieza la mía y
exigir que nadie haga estrellarse a sus ideas con las mías,
aún cuando sí me reconozco adicto a los pensamientos que
recorren sendas paralelas porque eso suele ser origen de
debates muy salados. La semana pasada he leido en esta
pizarra frases que suscribo y otras que no suscribo en
absoluto. Me gusta la de el profesor Calzada Jr que
asevera que las jornadas nocturnas prolongan tres semanas más
nuestra afición de pedernal, pero me alejo por contra de su
postura con las botas de siete leguas para refugiarme en los
boxes junto a Carburundum y Paddockman. Los dos o tres
incorruptibles que aún me siguen leyendo los lunes saben que
soy de natural minoritario y esquivo, que prefiero quizá en
detrimento del propio futuro del chiringuito un hipódromo en
familia a un hipódromo atestado, y que antes pasaría por ver
mi casa tomada por mamelucos pertrechados de afiladas hoces
que por ver a La Zarzuela abarrotada de neófitos apostando a
Cocoliso porque es el hijo de Olivia y de Popeye o a Apaa por
aquello de que yo viazé un corrá. Mi calidad de neurótico
posesivo alcanza el extremo increíble que me llevó a pensar
incluso en encadenarme a los hierros verdes de la cancela de
entrada cuando me enteré de que a la fiesta de inauguración de
esta temporada venía Joseph Fiennes. Y pensé en encadenarme a
los hierros de la cancela bajo una pancarta como las de El
Platanito en la que se pudiese leer: NO A JOSEPH FIENNES QUE
TRAICIONÓ DESPECHADO A JUDE LAW EN ENEMIGO A LAS PUERTAS Y SE
COPIABA DE RUPERT EVERETT EN SHAKESPEARE ENAMORADO por miedo a
que el actor inglés arrastrase con su intervención a las
praderas de La Zarzuela a miles de fans enfervorecidos que
quizá hubieran llegado para quedarse aquí sin él y luego.
Hace unos años tuve un jefe nefasto al que me gustaría no
haber conocido. Esta mañana no os diré su nombre, pero no por
no hacerle la merced de seguir hablando de él una vez
concluída nuestra relación laboral, sino porque pienso
bautizar como a él lo bautizaron al villano malísimo del libro
que sobre él pienso escribir si Dios me da vida y salud y es
mi pretensión que lo conozcáis entonces tal y como él es.
Una de las bazas en las que hablando yo con este
energúmeno él se mostró menos abominable fue cuando se enteró
de que a mí me chiflan las carreras de caballos. "¿Y tú
también ibas a las noches del Hipódromo?", me preguntó.
"Yo iba al Hipódromo siempre que había carreras", le
contesté yo, orgulloso. En seguida, la conversación se
desvió hacia recodos más lúdicos y faranduleros, y terminó
abruptamente cuando yo quise saber, nostálgico, si él
recordaba el nombre de algún caballo. Su respuesta tampoco la
podré olvidar: "A mí los caballos me importaban un pijo".
Esta frase, señorías, es una frase absolutamente verídica
y triste y es una idea que, según mi ciencia mediana, debe
reproducirse en muchísimas de las mentes de los que con la
nueva temporada nocturna allanarán nuestra casa recién
encalada con sus botas llenas de barro. Mi reina Ginebra,
que también está en mi círculo, explicaba la semana pasada que
en Argentina hay carreras por las noches. Yo no sé ni
quiero saber cómo enfocan las noches los nictálopes en
Argentina. No lo sé por razones obvias y no lo quiero saber
porque no tengo pensado emigrar a la Argentina (D.m) y porque
además soy de los que defienden que las noches son para dormir
y callar. No sé, insisto, lo que hay en la mente de los
argentinos cuando salen por la noche, pero sí soy de la
opinión de que de hacerse una encuesta entre los novísimos que
asisten por primera vez a las carreras en España teniendo
ocasión esa asistencia en horario nocturno, si se hiciera esa
encuesta, digo, posiblemente en un noventa por ciento de los
casos los encuestados más sinceros asegurarían pretender sin
demora descubrir entre los asistentes a una barbie
recauchutada de las que de sólito pululan por las noches
madrileñas y a la manera de Brigitte Nielsen antes que a un
alazán careto de corvejones prometedores. Mi explicación
no por simple resulta menos contundente: si así no fuera
acudirían los domingos. Se me podrá oponer a lo mejor
hilarantemente y en base al anuncio en el que mi tocayo el
porteño Leonardo Sbaraglia afirma tener la cabeza llena de
mujeres que los argentinos también enfocan las noches como las
enfoca aquí la mayoría del paisanaje. Fetén: yo tenía razón. Y
si no es así, y es cierto lo que yo pienso que mi reina
Ginebra quería exponer, es decir, que los argentinos turferos
por la noche no son pardos y sí aficionados de pro, también yo
tenía razón: Spain is different. Por otro lado hay quien
me podría decir que abrir La Zarzuela para que los jóvenes
apuren los botijos es rica fuente de ingresos. Ya comenté por
aquí en su día que todo lo relativo a la economía me produce
un sopor mental infinito y, por ello, no tomaré ese camino
fatigoso y mal asfaltado; sin embargo (y es que soy de Letras
puras, qué le vamos a hacer), soy un adorador de la Lógica, y,
como adorador de la Lógica, encuentro bastante lógico que
alguien pudiera pensar: "fíjate qué coñazo tiene que ser lo
del Hipódromo que ahora lo abren como Pub"; o "fíjate cómo les
debe ir a los de los caballos que tienen que colocarse de
taberneros a vender frascazas de vino". Eso sería
contraproducente, ¿no? En otro orden de cosas, y por
cuanto a lo tocante al mundo de la tecnología punta, aclaro
que yo me quedé en la invención del Bic Naranja que escribe
fino (todo el mundo sabe que Bic Cristal escribe normal); en
la actualidad soy de los que participan de la tesis de que un
teléfono portátil debe servir para hablar por teléfono y no
para hacer fotos y que una computadora debe servir para
computar y no para ver cine. Por lo tanto, y por
coherencia, pienso que un hipódromo, por definición, debe ser
una estancia donde disfrutar del espectáculo irrepetible de
una carrera de caballos y no un recinto donde trajinarse sin
tregua una botella de Glenfiddich. ¿O acaso alguien se imagina
a los adolescentes de Olimpia congregándose por la noche en el
Hipódromo del Altis con sus sandalias y sus trajes de periecos
para entregarse como bárbaros a un botellón sinuoso hasta que
la Politeia hiciese acto de presencia? ¡Válgame Apolo! Si
Pítacos de Mitilene levantase la cabeza... Supongo que
como soy un viejo encerrado en un cuerpo de persona aún joven
me gustan las cosas en su sitio, el orden y el concierto, las
pipas sin toque de ketchup, el estar con pocos cuando no a
solas, las carreras con la luz del día, y las películas de los
Hermanos Marx. Siguiendo, para ir acabando, con lo de los
Marx os digo que cuando dieron en la tele aquel ciclo por la
primera en la casa de mi madre grabamos todas las películas.
Casi cada noche mi hermano y yo, mientras cenábamos, nos
dábamos el gustazo de ver un trocito de una de aquellas viejas
cintas de VHS hasta que las voces de los dobladores se
convirtieron en otras voces de parientes dentro de la casa.
Hace poco, en un intento de recuperar para mi propia casa
aquellas noches de cine del bueno, compré un lunes Sopa de
Ganso en una tienda de mi barrio. Esperé ansioso toda la
semana para disfrutarla el viernes sin tropiezos en una sesión
de culto, y preparé para el ratito un cuenco con palomitas y
una botella de coca cola. Dispuse con el corazón en un puño el
disco en el DVD que apenas entiendo y mi alma lloró de emoción
cuando yo desde el sofá contemplaba en la pantalla los
familiares títulos de crédito en tanto a modo de obertura se
presentaban por una orquesta invisible los temas de la banda
sonora. Luego, cuando escuché la voz de Groucho, el llanto de
mi alma se descompuso en una berrea de ciervo: ¡¡Habían
(herejes) cambiado el doblaje!! Me transformé de un golpe.
Salté como un leopardo los dos metros que separan el sofá del
DVD dejando como estela un reguero de azufre para, con el
disco ya en las manos y dispuesto para hacerlo cisco, ir a
reparar en que, como todo cambia, tendría yo que ultrajar
además del disco el orden, el concierto, los doblajes, las
pipas, los seres y los estares y la mayor parte de las cosas
que en un tiempo me parecieron perfectas. Y ahora, esta
semana, pienso también que, de seguir así esta tela, tendré
que acercarme a ver a Groucho para ver cómo tratamos la
variación del título de esa otra obra maestra suya en la que
él representa a un veterinario avispado y su hermano el mudo a
un jockey de causas nobles. Y que estas son mis ideas,
ilustrísimas, por cuanto a lo de las carreras por la noche.
Estas son mis ideas, pero (por supuesto, y por si alguien
le apetece hacer colisionar las suyas con estas mías), si no
os gustan, tengo otras... _________________
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