Leonard Quercus
Registrado: 13 Dic 2006 |
Publicado: Lun Jun 04,
2007 6:51 pm
Asunto: LUCKIEST MAN ON EARTH (Leer fuera del
horario infantil). |
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Eutiquio Peinador Huerta
fue la persona con más suerte de todas las que pasaron por el
Hipódromo de La Zarzuela. Nacido Eutiquio bajo el
despiadado signo de Aries, la comadrona que asistió en el
parto a su madre, doña Lucía, avisó a ésta de que el hijo
recién nacido estaba llamado a las más altas empresas si sabía
superar un incidente ferroviario que le sobrevendría durante
la juventud primera. A nadie se le ocurrió dudar de lo que
aseguró sin ambages Romana, la comadrona, porque los del
pueblo aún teníamos fresco lo del pronóstico certero de lo de
la cosecha del 27 y lo del episodio de la mula de Fermín
Manchado, que trascendió las fronteras semiveladas de la
comarca y llegó a la capital, pero la madre, doña Lucía, que
examinó al niño con las últimas luces de la tarde, viéndolo
cubierto de los pies a la cabeza por una especie de gelatina
parda, con el ombligo aún sin hacer, y tan poco provisto para
la vida social como un eunuco, fue bastante menos diplomática.
No tuvo Eutiquio una infancia fácil. Rezagado en la
escuela y poco aventajado en lo físico, resultaba continuo
blanco de burlas entre los de su pueblo; un pueblo que vivía
casi en exclusiva del cultivo y la exportación de la cereza.
El padre de Eutiquio, el señor Avelino, que pasaba las
horas que le robaba al huerto en la tasca de Severiano y que
pasó a la posteridad por la frase a modo de despedida "adiós,
Simeone" (que según unos pocos había emitido en un primer
momento en medio de una siesta turbulenta y que nosotros
usábamos en lugar de la más populachera "hasta luego, Lucas"),
no encontró nunca el momento para explicarle a su hijo las
nociones más elementales de la vida, por lo que Eutiquio, que
no pocas veces lo había abordado para satisfacer la siempre
pertinaz curiosidad adolescente y no pocas veces había sido
rechazado con el "adiós, Simeone" de rigor, creció en la más
profusa ignorancia por cuanto a los mecanismos de la creación
se refiere. Esto, sumado al acobardamiento que le producía lo
exiguo de su masculinidad, consiguió que para la época en la
que sus coetáneos hacíamos juegos de puntería con el producto
de los uréteres y piropeábamos a las mozas de San Pármeno
subidos a la tapia de la iglesia Eutiquio se hubiese
especializado en desaparecer de la escena principal de la
película con el sigilo de un gato montés. Hundido en la
soledad de su habitación, imaginaba Eutiquio una vida mejor. A
finales de la década de los cuarenta, y a punto de cumplir los
dieciocho, ideó el más orgulloso plan concebido en un muchacho
de provincias. Tomaría el tren hacia Madrid antes de finalizar
1949 y haría famoso el nombre de su pueblo en todos los puntos
de la rosa náutica. Fue así como, ayudado de su madre,
comenzó a preparar el equipaje para su partida. Los pantalones
de mezclilla para el entretiempo, los calzoncillos de felpa
para las noches de Octubre, los jerseys de punto para los
meses con erre, la zamarra para los crudos amaneceres, el lino
para la canícula, el algodón para Junio, calcetines de lana
desde el quince de Septiembre, y un sobretodo de tergal para
las labores más sufridas. No cabía en sí de gozo Eutiquio.
A medida que se aproximaba la fecha del viaje su entusiasmo
iba creciendo como un globo y no hubo persona que con él se
cruzase a la que Eutiquio no le fuese con la conduerma de lo
de Madrid. Bien es verdad que a sus hermanos la historia
del traslado se la refanfinflaba, que sus contemporáneos le
hacían caso omiso cuando no lo recibían a pedradas, que de su
padre sólo recibió cada vez que intentó participarle de su
alegría el desangelado "adiós, Simeone" acompañado de tanto en
tanto por alguna de aquellas ventosidades abruptas que doña
Lucía le pedía que incluyese en la lista de sus pecados
veniales (en la del señor Avelino, digo), y que las únicas
palabras afectuosas que le llegaron las obtuvo de Fray Arsenio
(que le habría de salvar la vida a Eutiquio), el párroco de
San Pármeno, que en cuanto se enteró de la vaina llamó a
capítulo a Eutiquio para prevenirlo contra la flojedad de
ánimo y para ponerlo en alerta frente a las ilimitadas
tentaciones de la vida nocturna de Madrid. La víspera de
la marcha, que se había proyectado para el 19 de Diciembre,
Eutiquio tuvo un sueño pesaroso. En el sueño, Eutiquio, que no
tenía su propia cara, sino la cara del bufón Calabacillas de
Diego Velázquez, recorría provisto de la facultad del vuelo
toda la Pradera de San Isidro y los celebérrimos mentideros
ilustrados para ir a tomar tierra justo enfrente de Gloria
Swanson que, disfrazada de congrio, le reclamaba insistente:
"Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Al despertar
Eutiquio bañado en un sudor frío, y a tres horas escasas del
paso del tren por el apeadero de Las Tormentas, se encontró de
cabeza con Fray Arsenio, que venía a avisarlo de que no era
necesario que hiciese uso del billete de tercera en el
compartimento veintisiete del Talgo I con destino Madrid
porque un feligrés adinerado de San Pármeno partía para la
capital en su flamante Buick Special Convertible Coupé recién
adquirido al objeto de pasar las navidades en compañía de una
tía suya que había enviudado recientemente. Cuatro décadas
más tarde, Eutiquio seguía contando a quien se lo quisiera
escuchar que un ministro de Dios había tenido que interceder
en un asunto de hombres para que se cumplieran los designios
de una comadrona atea a la que muchos acusaban de tener
negocios con el diablo. El Talgo I, por supuesto, había
descarrilado a la altura de Talavera dejando como saldo una
cifra de desastre: 264 muertos y ningún superviviente para
contarlo. Aquel 19 de Diciembre de 1949, Eutiquio,
cabeceando tranquilo en el Buick de don Gervasio, aún no sabía
que ese día era el primero de su época grande. Eutiquio
había llegado a Madrid con una mano delante y con la otra
detrás, pero a las dos semanas ya paseaba del brazo por el
Paseo de Recoletos con Federico Escudero del Real, el autor de
novelas negras más celebrado de la etapa. Escudero, al que
aún se estudia en las universidades, y que es el afamado autor
de El Bósforo Inquietante, La Simbiosis Múltiple, y de la saga
de aventuras del Inspector Vallejos, se había topado con
Eutiquio el mismo día 19 en la calle del Espíritu Santo -que
es la calle en la que moriría Enrique-, y la extraordinaria
semejanza entre ambos le sacó del alma una frase que se quedó
añadida al habla nacional como una coplilla de las buenas: "no
seríamos tan parecidos si la misma hembra nos hubiese parido".
Se hicieron inseparables. La abuela materna de Federico
Escudero había nacido en el pueblo de Eutiquio y aunque nadie
pudo demostrárselo, y nadie trató de demostrar lo contrario,
al escritor siempre le quedó la certeza de que Eutiquio y él
eran parientes remotos. Federico introdujo a Eutiquio en
la vida social de aquellos años. Lo vestía de traje y chistera
y se lo llevaba a la Ópera, donde Federico tenía un palco
privado y era odiado y reido casi al mismo tiempo por la
costumbre campera de interrumpir a los solistas mediocres en
los momentos álgidos con eructos cavernarios; lo ataviaba de
señorito de cortijo para tomarse unos vasitos en Chicote, de
bohemio para que asistiese como oyente a las tertulias en el
Café Gijón, de encendido para las corridas en Las Ventas, y de
perdulario para las noches más flamencas, en las que los dos
acababan chapaleando como sapos en charcos de licor de todos
los colores y asistidos por lagartas de baja estofa a las que
no les importaba la calidad de los amores sino la cantidad en
las carteras. Así fue como poco a poco y paso a paso pasó
Eutiquio de sumiso a dominante, de introvertido a descarado y
de silencioso a vocinglero, y así fue como conoció a la que
sería la mujer de su vida cuando ya estaba mediada la luminosa
década de los sesenta. A Fifí "Cuello de Nácar", cuyo
verdadero nombre era Edelmira Verdaguer Losantos, acudían a
verla todos los jueves a su local de variedades en la calle
del Príncipe, pero Eutiquio sólo se había atrevido a abordarla
tras serle comunicado por un telegrama de su hermana Flor
María que su padre lo había repudiado en el testamento con su
frase más perentoria: "adiós, Simeone". Eutiquio habría de
contar en sus memorias que el desdén final de su padre y el
"adiós, Simeone" definitivo lo habían impulsado a requerir de
manera íntima a Fifí, de la que siempre resaltó su cuello
portentoso, sus ojos de pantera, y su talle de avispa, cuando
lo cierto es que los cronistas de sociedad más piadosos de
entonces la descubrían como una mujer sin gracia, entrada en
carnes, con voz de mecánico, descolgada de senos, y que
bizqueaba un poco. Fue feliz Eutiquio con Fifí "Cuello de
Nácar". Aminoró su frenético ritmo nocturno y frecuentaba
menos las peores compañías, aunque seguía recepcionando la
pensión sin condiciones que Federico Escudero le pasaba todas
las semanas y seguía acudiendo con él al museo de Perico
Chicote y al palco de la Ópera. En 1968 a Eutiquio, a
Federico y a Edelmira los invitaron un domingo al Hipódromo de
La Zarzuela. Federico Escudero, que vive todavía, sigue
contando en su casa a orillas del río Torío, que ni siquiera
Fifí "Cuello de Nácar" había causado tanta impresión en el
ánimo de Eutiquio como le habría de causar aquel día en el
Hipódromo de La Zarzuela. Escudero, que recogió el episodio
del Hipódromo en su relato breve Tejemanejes de Alcurnia,
refleja de manera extraordinaria el impacto sísmico que supuso
para Eutiquio el ver el colorido ilimitado en las praderas y
las tribunas y el escuchar el galope uniforme de los animales
sobre la pista. Así, en el segundo párrafo de la página 5
de dicho relato, en la edición de don Luciano de la Vera, se
puede leer (y transcribo literalmente) : " (...) no había sido
testigo de nada tan grandioso en todos los años de su vida"; y
"(...) se puede afirmar sin sitio para las dudas que hubo un
antes y un después -en el tiempo en que a Eutiquio le tocó
nacer- del instante en que descubrió en el ensilladero a ese
caballo Donagua". Y fue que, efectivamente, con el equino
del Conde de Villapadierna Donagua, le empezó a Eutiquio una
racha de aciertos que le valió el apelativo ilustre de "hombre
más afortunado del mundo". Ahora, viéndolo con una
perspectiva de casi medio siglo, se puede afirmar que aunque
Eutiquio Peinador aumentó su capital con los petardazos
apocalípticos que significaron las victorias o colocaciones de
elementos como L´Hereu, Poncio, Sanserván, Black and Blue,
Turfán, Mitralleuse, Juerguista, Iván Boy, Private Ponca o
Ernio, lo que verdaderamente lo proyectó a las cimas
monetarias que no tuvieron parangón en aquellos días fue el
hecho insoslayable de que Eutiquio nunca erró el pronóstico de
un caballo favorito que a la postre resultaría ganador. En
base a ello y a lo largo de casi cuatro décadas de afición
incorruptible, Eutiquio lograría enormes sumas de dinero:
Travertine en 1971, El Señor en 1978, Dzudo (como mi amigo,
que me espera en la Bella Easo) en 1983, Richal y Resille
en1984, Chayote, Barazona y Gatún en 1985, Donayre en 1986,
Laguna en 1993 y Puertollano en 1995 ayudaron a que el pueblo
cerecero de Eutiquio fuese conocido como él pretendía en todos
los puntos de la rosa náutica, y que a Romana, la comadrona,
todavía se la venere en aquella parte de España como a una
auténtica gobernadora de los destinos. Eutiquio Peinador
Huerta murió el Miércoles posterior a la disputa del Premio
Valderas. Yo lo había conocido poco después de su último
pelotazo grande (porque quizá su mayor éxito desde los trotes
de Donagua había sido ocultar su identidad incluso hasta de
Jonás Dawson, a cuyos oidos llegaron ecos de que alguien
estaba desvalijando con tesón las arcas de la Sociedad de
Fomento y de la Cría Caballar con una racha inverosímil de
buena suerte): el de O´Neil el año pasado; y aunque me
costaba, vine a sacrificar yo una parte de mi parcela
proverbial de hurañía en orden a conocer los secretos de
tamaña figura. El domingo del Valderas, a lo peor
presintiendo su propio final, Eutiquio tuvo a bien iluminarnos
a unos pocos elegidos sobre el resultado de las grandes
pruebas primaverales que aún restaban por disputarse.
Cuando ayer ganó Premier Galop el Derby mi asombro alcanzó
cotas de sobrenatural. Y no sólo porque yo apenas había oido
hablar del pupilo de Christian Délcher antes de escuchar ese
nombre pronunciado por Eutiquio aquella mañana, sino porque el
protagonista de esta historia había acertado también el primer
puesto de la Golding en el Oaks y el primer puesto de Dink en
el Cimera y, más que por otra cosa, porque no me puedo creer
aún que el animal que él nos dijo vaya a ganar tan fácilmente
el Gran Premio de Madrid. "De Madrid", dijo él. Y no
Ciudad de Madrid. Y colorín, colorado...: adiós,
Simeone. _________________
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