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La locura particular
Autor Mensaje
LORGOT

Registrado: 30 Nov 2006
MensajePublicado: Mar May 29, 2007 10:00 am    Asunto: La locura particular

Posiblemente mis amigos hayan sufrido de las rarezas de uno, y enorme mérito tienen el haberme aguantado con el devenir de los tiempos; mientras ellos, con ocho o diez años releían las vibrantes aventuras del Capitán Trueno, con Crispín y Goliath, yo me dedicaba a tan temprana edad a leer y releer revistas de caballos, ya fueran de la semana presente o de pasadas fechas; mientras ellos mantenían sus chapas a punto con Amancio, Gárate o Rifé, yo tenía las mías bien lustradas y preparadas con los nombres y las chaquetillas de Smetana, Travertine, Permor, Reltaj o Clamor...

Por supuesto, estas "raras" aficiones para el resto, me suponían el tener que jugar muchas veces en solitario, ya que a ningún otro de mis amigos les dió por la misma vena, y podéis imaginar sus caras cuando aparecía yo a las convocatorias "chaperas" (no nos confundamos) que organizábamos en la Plaza de Chamberí, para jugar contra el Tito que tenía el mejor grupo de chapas del barrio, con las camisetas en tela del Atleti y con su portero (Rodri) en azul, que además de bien pulido, llevaba un tapón plástico de los que cerraban las botellas de Vino Savin que lo hacía diferenciarse del resto de jugadores, portando en mi cajita de chapas, la alineación de los mejores jockeys del momento, con Paulino García al frente como portero y capitán, o un equipo de los mejores fondistas o sprinters del momento.

No creo que esto le haya pasado a muchos de vosotros, ya que posiblemente estaríamos compartiendo celda en el Alonso Vega, muy probablemente junto a Raquel Mosquera. Lo cierto es que no solo he tenido que luchar con mis amigos para que me admitieran con mis rarezas (gracias a Dios conservo a casi todos ellos desde mis 5 años), sino que he tenido que luchar a muerte con mis padres (a los que también conservo, en este caso, desde que nací), para que no me tiren mis colecciones de revistas hípicas recogidas desde el año 1978. A una trastada infantil, mi madre me amenazaba con tirarme los "cortacabezas" (como ella dice) al cubo de la basura más cercano. Aún ahora, que guardo los librillos en su casa de campo, me sigue amenazando diciéndome: "algún día te los tiro, los quemo; ¿te parece normal guardar tantas porquerías?. Pareciera que sufrieras del Síndrome de Diógenes. Qué pena, con lo mayorcito que eres".

Pero no sé cómo, cada vez que voy a su casa, rescato cinco o seis ejemplares y los releo con absoluta devoción, convirtiéndose en lectura obligada durante un par de días, y disfruto como un enano, como si estuviera devorando un manjar de Dioses. Y me hace pensar qué sentimiento devengo hacia las carreras y hacia los caballos, para que ya desde pequeño, enfrentarme a las actividades más normales y mantener la afición entre los altares de mi valoración personal.

En fín, voy a tomar mi medicación y tras un par de electroshocks bien dados, intentaré regresar a la cotidaneidad.
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