Leonard Quercus
Registrado: 13 Dic 2006 |
Publicado: Lun Abr 23,
2007 4:55 pm
Asunto: EL NOMBRE DE LA ROSA |
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Cuando los caballos
volvieron a Madrid en el 2005, y supongo que como alguno de
vosotros, yo estaba bastante perdido. Mi ojo clínico,
famoso en todo el orbe y sólo superado en los ochenta por el
ilustre e infalible ojo de Octavius K Ralevich (un
descendiente de georgianos que luchó en la Segunda Guerra
Mundial con los aliados y se estableció en Kalamazoo tras la
crisis del acero), había perdido calidad y eficacia, de los
caballos que yo recordaba sólo quedaban el eco de sus galopes
perdidos en la pista y algunos hijos desperdigados, los
aprendices del 96 eran ya unos jockeys hechos y derechos, y de
los jockeys hechosy derechos del 96 sólo unos pocos
permanecían en la cresta de la ola. Fue entonces, al
tiempo de saber gracias a la ciencia de un conocido que
Castalia era la mejor yegua de edad y que Young Tiger era el
nuevo Partipral, cuando comencé a ver la inicial de su nombre
y su apellido inexplorado en los pesos más bajos de algunos
hándicaps y en algunas jornadas. La primera vez, y como me
ha pasado hasta hace poco con algunos o algunas (y como seguro
que me seguirá pasando con otros y otras), desconocía yo si
esa inicial castiza y ese ignoto apellido conformaban la
presentación de una fémina garbosa o de un delgadito
caballero. Luego, y por fotografías en la revista, por
reportajes televisivos y, por supuesto y ante todo, como
asiduo del paddock, le pude poner una cara a esa inicial y una
figura a ese apellido. Reconozco que, antaño, en las
carreras de amazonas y gentleman me solía decantar por las
opciones de los animales conducidos por Carlos Laffon o por
Ana María García, por lo que no sería del todo cierto si os
escribiese que rechazo de plano arrimar mi ascua a las
cabalgaduras de lo hasta hace poco considerado como sexo
débil, pero no voy a hablar hoy de las aptitudes profesionales
de nadie, que aunque no fuesen buenas yo desde ha mucho
acostumbré a mis ojos a verlo casi todo a través de un cristal
favorecedor. Y tampoco hablaré de mis predilecciones, que
ahora suelen ser más íntimas y minoritarias. Más sí voy a
reflejar, camaradas, que es embrujadora su manera de tratar a
los caballos su manera de tratar a los caballos, a los que
llama chicos o chicas dependiendo de los géneros, o a los que
llama gitano, o mi gitano o mi gitana. Y que es embrujadora su
forma de corresponder a las frases de aliento que recibe antes
de saltar a la pista. Y que, sin embargo, de todos sus
hechizos lo que más embrujador resulta, y ya lo escribí una
vez, es el candor con que trata de justificar sus no
colocaciones en el retorno de los équidos a los boxes si se le
interpela. Como al colegial notable que consigue un
deficiente aislado, como a la adolescente sensata cogida en
una falta única, sus mejillas se arrebolan y farfulla
explicaciones a media voz, como prometiendo que no volverá a
ocurrir. Y eso, que ya sería heróico en boca de alguien
galopando a caballos de primera línea, multiplica su lindeza
asomando a los labios de alguien que pocas veces se sube a
máximos favoritos, lo que eleva consecuentemente la
explicación atribulada a la categoría de epopeya. Hace
muchos años había rosales en los arcos blancos de la puerta, y
era agradable entrar y presentir en la fragancia suave de las
flores una prometedora tarde de carreras o volver a casa y
consolarse pensando a la salida que, como las rosas, el
Hipódromo nos esperaría fiel en su sitio a la semana
siguiente... En la actualidad mi ojo clínico va
adquiriendo forma, a pesar de que Sir William Jeremiah
Hawthorne (un naviero de Blackpool) y T. G. Chandrashekhar, de
Benarés, siguen estando por encima en la Clasificación Mundial
Metafísica de Apostantes Turfistas Oligofrénicos, organizada
en Kampala por los hermanos Rajput, Edwin Nadwanski, Pedro
Corvillo Figueiredo y T. Kosoglou tras los tristes sucesos de
la Avenue de Colmar (entrance Rue Schertz). Mi ojo clínico
va mejorando y las flores más fragantes vuelan sobre la pista
verde entre el eco de los galopes perdidos de otros caballos
remotos. Y a la más fragante de todas esas rosas seguro
que esta tarde cada uno le pone sin dudar el mismo
nombre. _________________
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