Leonard Quercus Registrado: 13 Dic 2006 |
Publicado: Jue
Mar 29, 2007 5:08 pm
Asunto: DEL PRECIO DE LAS ENTRADAS (A LA MANERA
DEL SIGLO DE ORO) |
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Pues sepan vuestras
mercedes ante todas cosas que a mí me llaman Leonard Quercus,
mas no soy hijo de Hero´s Honor ni de Money Can´t Buy, que sí
natural de Madrid. Que va para cuatro años que comparto
lares y enseres con una nacida con el cielo en el testarudo
signo de Tauro, que no hay mazo que apriete tanto los aretes
de una cuba como ella me aprieta a persuadir lo que quiere;
que algo más de treinta ha desde que estoy en el mundo y que
no recuerdo el mundo sin carreras de caballos. Antaño, por
la época en que se me encomendó a los designios y a la caridad
del ciego en el que todos estáis pensando, el que comía de a
dos y yo callaba por comer de a tres, muchos había que
campaban por La Zarzuela sin haber soltado siquiera un
maravedí, que no eran pocos los dueños de las casas de postas
ni pocos los infanzones que repartían localidades como el que
da una regalía. Venían al Hipódromo gentes por doquier, de
todos los rincones y categorías todas: no faltaron los
principales, los alguaciles (mas no de la calaña del que luego
luego me tomaría a su servicio), damas de alcurnia,
segundones, mayoragos, caporales, obispos, peregrinas,
mercachifles, escribientes, encajeras, ceramistas,
templadores, laminadoras, amanuenses, orfebres, feriantes,
ramilleteras, viajantes, subastadoras, charlatanes,
afiladores, aguadores, galeotes, palafreneros, resineros,
caldereros, almadreñeros, tafileteros, espejeros, chacineros,
buhoneros, ropavejeros, barquilleros, adobasillas ni
doncellas. A mí, que de natural soy esquivo y acaparador,
nunca me fue grata tanta algazara, pese a que mi grande amigo
Lucas Trapaza, que me adiestró en la traza del truco del sordo
y en los entresijos de esotras añagazas sabias y verdaderas,
decía siempre que aquellas tardes festivas resultaban la mejor
ocasión para darle alborozo y contentamiento a las tripas, que
a su parescer las multitudes propenden al despiste si se
sienten dichosas y favorecidas. Al tiempo de aquello, por
los días en que buena parte de los cristianos viejos de
nuestro suelo se embarcaban hacia las Indias en busca de mayor
fortuna, el Hipódromo echó la cancela, a lo peor porque ni con
las regalías a la manera de convidadas (o tal vez a causa
dello) hubo forma de salvarlo. Lucas y yo nos separamos
con mucho dolor de mi alma, que él tomaba camino de Zaragoza;
yo, acongojado y hundido, y sin la ascendencia de Lucas, que
era el faro de mi costa, me dí entonces a las trapacerías más
viles y a los embelecos por los que cobré fama de estas lindes
a la Marca: salteé, engañé, mentí y atraqué, y no hubo día que
no viviese de la disciplina del disfraz y del enmascaramiento
ni ocaso en que no me arrepintiese dello sinceramente
recordando a mi buena madre. Y fueron éstas (el robo, digo, y
los hurtos) y no otras razones por las que terminé parando con
mis desvencijados huesos en la cárcel, que plego al Señor
librar della a todo fiel turfista. Y tuve allí horas
suficientes para meditar aquello de que naide da doblones por
reales, y, sobre todas cosas, acerca de la causa por la que mi
vida se había hecho esotra vez añicos. Y vine a caer por
la gracia de Aquél que todo lo puede en que el motivo había
estado en el cierre de La Zarzuela, que allí era yo feliz y no
tenía mente para más nada. Y determiné ansí que si de mí
hubiese dependido en exclusiva ninguno habría entrado a las
Carreras como Pedro a su señora casa, y que yo habría
establecido una ordenanza de dineros para el disfrute de
aquestos fastos, que también los hay en los teatrillos y no
hubo el que puso jamás grito en lo alto del cielo. Ansí,
yo hubiese determinado pases económicos para los campesinos y
transhumantes, que son los más afligidos por los diezmos,
pases de monto mediano para la clerecía y los burgueses de
nuevo cuño, y billetes espléndidos para los de rancio
abolengo, que de todo debe haber en la viña del Señor. Y
hubiera eliminado las convidadas, que naide aficiona a nada
que no se lleve dentro, que si no se lleva dentro no sirven
las convidadas, y que si se lleva dentro algo y se apetece
dello no se para en barras hasta conseguirlo. Y dí en
pensar que nunca hubiese borrado los pases más dispendiosos,
que hubieran sido los que para más me hubiesen dado, y también
porque de altos espíritus es aspirar a las cosas altas. Y,
voto a tal, por lo mismo que buenas migas hago con los
trileros y los taimados. ¿A qué medir la vara de la
justicia con los que comemos del producto de pequeños
cambalaches? ¿No se le supone al resto seso bastante como para
no acercarse a nosotros? ¿No es la sociedad como una
bóveda de piedras que se sujetan entre sí? ¿A qué acabar con
las piedras más pobres, si forman parte de la bóveda, o con
las más lujosas? España ha sido desde que los
descendientes de aquellos hermanos de los que se dice que
fueron amamantados por esa Capitolina tomaron esta parda
tierra en la que algunos aseguran que de aquí a poco no se
pondrá el sol un país de pícaros. Y si ha habido pícaros es
porque florecieron los incautos; y si ha habido y hay incautos
que ni han tenido ni tienen brillo, yo hubiera encontrado
gentiles de a pie que habrían demandado por ventura lo que tan
amablemente se les ofreciese, a pesar de que otros lo
considerasen prohibitivo. Y hubiese estado preparado para
contestar a los que me dijesen que sólo los de las entradas
costosas podían ver bien el espectáculo con el argumento de
que con buena parte de los dineros de los que sí pudieran
permitirse esas entradas el resto podría seguir viendo
carreras casi tan bien, que es mejor verlas casi tan bien que
no verlas, pues esto sería como si nos pasaran el corazón con
una flecha de montero. O con la idea de que es mejor estar
lo más cerca posible del suelo para no perder la consciencia
de la realidad, o con la del que al que está arriba ya sólo le
queda bajar. Y hubiese estado preparado para responder a
aquellos que me dijeran que sólo pienso tonterías, como mi
prima, la lechera, con la réplica veraz de que nada más soy un
pobre diablo criado en la escuela del hambre y con el
catecismo de la miseria y sin más estudios que la vida y sin
más maestro que el temor. Que soy un triste huérfano que
perdió a su padre cuando más lo necesitaba y que mi madre no
era más que una ajada mujer que se arrimaba a los buenos por
parecer dellos, y que los días en las mazmorras de ésta que es
villa y que es corte, mazmorras en las que no se podía poner
los ojos en nada que no fuese recuerdo de la muerte, acabaron
con el poco cerebro que otrora me quedaba. Esto fue en
Madrid que rubrico avisando que de lo que aquí adelante me
sucediere avisaré a vuestras mercedes en el 29 de Marzo del
año en que nuestro victorioso Emperador percatóse de una vez
del montante de una tina de café. Fin. P.D. Decidme
que a alguno he convencido,
pardiez. _________________
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