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LOS GUISANTES DEL PADRE GREGOR
(por Leonard Quercus)
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Foro A Galopar & Turfinternet, 05/03/2007
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Cuando llega al foro algún artículo de alguno de los más grandes de
entre los nuestros comentando árboles genealógicos o historiales
hereditarios me siento como el niño que se acerca por vez primera a la
orilla del mar, o como un homínido del Pelistoceno al que se le resucita
por arte de birlibirloque para plantarlo en medio de Manhattan.
Observo vuestra ciencia desmedida y me abruma, a la par que tomo
conciencia de mi propia pequeñez.
De naturaleza sorpresiva y admiradora, y puesto que me he lanzado hace
poco y a tumba abierta a la conquista de las nuevas tecnologías, mi idea
es ir confeccionando en el ordenador un archivo rudimentario para
recopilar los datos que antes se grababan en mi ingénito disco duro
(Bariloche es hijo de Quinault y Tajissima, Chelva es hijo de Koku y Lotto,
Teresa es hija de Reffhissimo y Takala...).
De igual modo que hay quien necesita gafas o quien se pertrecha de
ingenios recauchutables yo necesito de este artificio, que las neuronas ya
no las tengo tan frescas.
Mi idea es confeccionar un archivo para (sabiendo desde ya que me quedaré
en el umbral de la puerta que los más aventajados abrieron para irse más
allá de los límites terrenales) sumar algún día la humilde luz de mi
candil a las potentes luces de vuestros soles y para, si la Fortuna me
agasaja con una primitiva carnosa, tener de donde echar mano en el futuro
para comprar un foal de esos tan chiquititos y guapos.
Al hilo de esto, os quiero contar hoy que hay una duda que lleva un tiempo
inquietándome persistente: ¿Ser un caballo de pro es efecto consecutivo
de tener unos antepasados magníficos (o supermagníficos, que no suele
ser habitual destinar animales ramplones al oficio de la cría)?
Lo digo, trasladando el tema de la genética al mundo de los seres
humanos, porque mi padre (que es un señor bajito y fino) y mi madre (que
es una señora que sólo se ha desplazado en carrera -y en su casa- los
trancos que separan el salón de la cocina un martes en que se le quemaban
los lenguados) me nacieron una tarde de verano bajo, fino y delgado,
genéticamente escueto, y futuro ganador incontestable de toda prueba
atlética disputada entre los muros de mi colegio (a pesar de que en la
actualidad me llevaría terminar los sesenta metros lanzados un fin de
semana completo).
Y lo digo también porque mi amigo Dani, otrora campeón de España de
triple salto y por cuya mediación pude charlar una noche durante no poco
tiempo con la flamante medallista Castrejana, es hijo y nieto de
pacíficos economistas sin otro deporte en sus horizontes que el ejercicio
del abdominal insoslayable que todos desarrollamos al levantarnos de la
cama.
Y también porque Zatopek (y no el de la Yeguada Militar, sino el mítico
Emilio) era un hombre flacucho e hijo de un obrero. Y porque Jesse Owens
era hijo de un campesino y nieto de esclavos de esos aquellos "con la
pata quebrada".
¿Es posible, queridos camaradas, que existan otros factores que
determinen la gloria de un caballo aparte de lo esperable en base a su
árbol de antecedentes? ¿Se sabe de algún caballo de origen modesto que
acabara convirtiéndose en ídolo de masas? ¿De algún equno que fuese
bautizado como el Zatopek de Vermont, el Jesse Owens de Ascot, el Jimmy
Bradock de Narraganset...?
A mí me gustaría que así fuera, o que así hubiera sido, porque, aún
envidiando a los portentos de la naturaleza como Indurain, soy de los que
prefieren el corazón de Perico; o el cuajo de Rocky Balboa antes que la
academicidad de Iván Drago, qué leches.
Y también porque como hombre de físico esquivable (que no envidiable),
quiero pensar que en alguna otra parte tenemos que esconder nosotros
también nuestro tesoro...
Aunque, en un instante de reflexión fría y seria, alcanzo la conclusión
tranquilizadora de que las personas de físico esquivable (que no
envidiable) siempre podremos echarle la culpa a la genética o a los
guisantes de Gregor Mendel de todas y cada una de nuestras carencias o
dificultades.
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