EL BINOMIO DE LA INOCENCIA
Cuando el joven Werther atraviesa el vestíbulo y, ante él, se
presenta la escena de una, aún desconocida, Carlota vestida
sencillamente, repartiendo rebanadas de pan a sus seis hermanos pequeños,
lo califica como el espectáculo más encantador que jamás hubiera visto.
Es Carlota uno de los personajes más admirablemente inocentes de la
Literatura Universal pero también lo es, y tal vez en mayor grado,
Werther. Werther es el primer gran romántico. El prototipo de los
inocentes románticos posteriores.
Carlota y Werther. La relación sin futuro de dos espíritus nobles e
inocentes.
Recuerdo mi primera vez en el Ascot de antes. Tampoco yo he vuelto a
ver un espectáculo semejante.
Me cuenta mi amigo Felipe, un rioplatense irrepetible, burrero y
gallina al que la hipocondria sólo se le pasa en un hipódromo, que en
estos días los aficionados españoles recelan de los jockeys. Felipe
visita hipódromos por prescripción de su siquiatra y fue en una de sus
curas donde nos conocimos. Desde entonces, cruzamos algún email que otro
y es por él, por quién me mantengo al día de lo que pasa y de lo que no
pasa en el primer y único mundo para Felipe. Las Carreras.
- Carola – me cuenta - los de la perrera tienen a los jockeys
españoles bajo observación. Abusan del látigo contra los riñones de
los sufridos pingos o les parten la boca volviéndoles la cara a los
partideros cuando los demás se van para la raya para, al domingo
siguiente, pasearse sin pudor. ¡Ni en Palermo! Si, raramente, se
sanciona, las multas de los comisarios son ridículas y no ejemplarizan
porque organizadores y medios tapan la información para evitar la
supuesta mala imagen. Alguien debería explicarles, ¡y esto lo dice un
argentino!, que la imagen lamentable es la de el abuso o la pillería no
castigados.
Los entrenadores hacen lo que la mujer de Lot y los nuevos propietarios
no se enteran de nada más que del pajarito de la foto mientras a su
espalda, el caballo, el mismo del que minutos antes se pavoneaba ante su
séquito en el paddock, vuelve al box molido, sudando, con la cabeza a ras
de suelo, sin mantilla, número ni nombre y sin comprender nada.
Pocos espectáculos son tan asqueantes como el abuso de la fusta sobre
el pura-sangre agotado. Nauseabundo si es un dos años.
El caballo de carreras, ese ser maravilloso de estampa aristocrática,
sentimientos nobles instinto altruista y sangre azul es el gran inocente
del mundo de Felipe. Un ser glorioso destinado a ser paradoja de domingo:
promesa y decepción; héroe, mártir y villano; bueno y malo; veneno y
medicina; individuo y colectivo; imprescindible e inútil; dios y carne.
El caballo de carreras. Flor transgénica de invernadero, prenda de
lujo, dulce veneno. Sale a la pista y no sabe a qué va. Desconoce
cuántas vueltas quedan y si va delante o detrás. No sabe quién le pega
ni porqué. El es el gran protagonista del negocio pero ignora cuál es su
rol y cuál su destino.
Y luego estamos los de la grada. Felipe y felipes. Optimistas sin
doblez ni costuras. Fieles integristas que entramos en el hipódromo con
el taco y salimos descalzos. Que necesitamos creernos todo para llenar la
siguiente semana de patas, forfaits y favoritos. Para poder volver.
Obsesos y crédulos monoteístas, “¡Oh, Carlota! ¿Qué hay en el mundo
que no traiga tu recuerdo a mi mente? ¿No estás en todo lo que me rodea?”
Nosotros somos igual de inocentes que el caballo en la ruleta rusa del
trío y la gemela.
Caballo y aficionado formamos el gran binomio de la inocencia porque
ambos quedamos fuera de la cocina a la hora de preparar el condimento del
guiso que se cuece en el misterio con olor a alfalfa de las cuadras. Fuera
de la capilla en la que se reúne el concilio de los enterados y se decide
por el burro y por nosotros. Y precisamente eso es lo que nos une: nuestra
condición de ajenos y protagonistas.
Burrero y burro, horse and turfman. Werther y Carlota. Romanticismo,
mucho romanticismo.
A Werther, su fair play y su obsesión no le fueron de gran utilidad y
terminó sacándose la inocencia y el romanticismo y metiéndose una bala.
So long… Charley
Carolina Smith-Barnes
carolinasmithbarnes@hotmail.com
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