Siempre he considerado al bellísimo espectáculo de las carreras de
caballos en La Zarzuela como un ejercicio de nostalgia.
Recuerdo las primeras veces, como el que recuerda (salvando las
distancias) su primera relación, manteniendo en mi subconsciente
diferentes impresiones recogidas de aquellos días: sensaciones como el
olor de la hierba recién cortada y pisoteada, el colorido de las
chaquetillas de los jinetes, la emoción de la apuesta, el griterío del
público, los comentarios post-carreras,... Pero sobre todo, el
espectáculo de ver a los caballos estirarse, poniendo todo su corazón,
los músculos tensionados, el sudor en las crines, ..., convirtiéndose en
los reyes de la pista por unos momentos. No sé si le pasa a alguien más,
pero hay olores y sensaciones que quedan impresas en el cerebro, y que a
mí me parece que luchan a muerte por permanecer allí; una de estas
sensaciones que mi mente se niega a perder, es la primera vez que me
llevaron al Hipódromo de La Zarzuela.
“Mi primera vez” se remonta al año 1975-76. Recuerdos de familia.
Algunos eran ya aficionados de a pie, de sellado de Quíntuples en el Bar
El Diamante de la calle Conde de Peñalver: quiniela y limpia de zapatos.
Ese día, caluroso, a las 4 ó 4 y media de la tarde, la entrada al
recinto de Tribuna, entrar en el paddock, el corrillo de los caballos, la
presencia de los propietarios junto con los preparadores afinando la
táctica y dando los últimos consejos, los relinchos y cabriolas de los
más ariscos, las palmadas de los jinetes al montarlos, el comentario de
los “enterados”, ...
Era una carrera “pobre”: tan solo tres caballos o yeguas o qué se
yo; sin importar la edad de los mismos, ni su estado de forma, ni el peso,
la distancia o su aptitud al terreno. A mí me gustó el nº dos:
Dancharinea: no recuerdo de qué propietario, ni cuadra, ni preparador, ni
jinete: me gustaba porque era color canela (más tarde supe que se trataba
de la capa alazana). Por supuesto, como en todas las películas ganó. No
sé lo que cobré, ni lo que hice con el dinerillo, ni siquiera sé con
certeza si no se lo quedó mi padre o se lo bebieron mis tíos (no creo
tampoco que diera para mucho)...
Pero esa sensación de ver a tu caballo (porque durante el periodo de
tiempo que discurre entre que lo ves y te apropias de él, hasta su paso
por la línea de meta, el caballo es tuyo, y esa sensación de propiedad
te hace adoptarlo y sentirte propietario) salir al pasto, verle trotar
hacia los cajones de salida y entrar en ellos, y luego salir a darlo todo
en la pista, luchando como un jabato, se hace difícil de olvidar.
Luego la afición se te mete en el cuerpo; he sido aficionado de
Tribuna durante mucho tiempo: frío, calor, lluvias, alergias, alegrías y
cabreos. He acudido puntualmente a las principales citas del calendario
hípico con amigos, familia, diferentes novias,...
Esperaba pacientemente la salida de la Revista (Corta Cabeza, Recta
Final) los miércoles por la tarde, para poder dedicarle toda una tarde:
lectura, valoraciones, consideración de los artículos de Griñán, Riu
Kiu, ... Buscando las sorpresas, analizando los valores de los caballos.
Aunque era un análisis en profundidad, nunca ha alcanzado la inocencia y
sorpresa alcanzada la primera vez.
He vivido apasionantes duelos en la pista: desde el entrañable Lorgot
luchando con Avalancha durante toda la recta final de La Zarzuela en una
carrera de 1.400 (o 1.600), en una tarde de lluvia (impresionante
carrera), pasando por el Gran Premio de Príncipe Duero ganando en paseo
con Paulino García a Sácara, hasta el triplete de los Rosales en el
memorial (Huaralino, Tucumán, Sácara, con una monta impresionante de
Tolo Gelabert a Tucumán, en carrera de cuadra). A pesar de todo, no se me
olvida “Mi Dancharinea”.
También he vivido tardes memorables con intérpretes tan ilustres como
los triunfos de El País en los Grandes Premios de Madrid (el primero, con
el alocado Chamartín); también recuerdo una carrera ganada por el mismo
El País, con solo cuatro corredores (corrían Revirado y Sácara), una
fría tarde (creo que era el Dirección General de Producción Agraria,
aunque no lo recuerdo bien).
¿Y qué me dicen del Memorial de Arrow? Menudo paseo con Mariano
Hernández en la silla. Luego corroboró el triunfo, con el Villamejor.
Otros caballos de época fueron el delicado “Carnaval” (el mejor
hijo de Caporal, al que no pude ver, al igual que a Rheffissimo, Reltaj,
Barilone, Chacal y El Señor, y que me han hecho ser deficitario en la
cultura hípica necesaria para entender el período 80-90, por su
influencia en la cría de este decenio), el potente “Richal”, el tosco
“Brezo”, el dúo Zalduendo/Manola (quizás la pareja más explosiva de
los últimos veinticinco años), el ya citado Chamartín, junto con la
otra “alocada” Castilla, el “imbatible” Colorines, el “Asturias”
Serial, la “generación A” de la Yeguada Militar (Arameo, Alcatraz),
los velocistas Dunhill, Sherman, Soudzou, Primer Amor, Rodiles, Cabrales,...,
los “extranjeros” Royal Gait e Indian Prince, el gran Casualidad, el
dúo Toba/Istmo Blanco con Adelantón, One to Two y el trío “la, la, le”
(La Novia, La Pista, Leyla, por el orden que se quiera, pero el trío de
yeguas contemporáneas de mayor calidad).
Pero en el corazoncito, uno se guarda a la élite de sus favoritos:
algunos, corredores de 2ª parte de handicap y otros grandes estrellas,
que en ocasiones te han emocionado; así, recuerdo a un brasileño “Cimmerman”,
de crines prácticamente negras y bellísimo físico, al que daba gusto
verlo, mientras raramente alcanzaba alguna colocación, o Zigor e Stain
Don, mi primera gemela “millonaria”, o a Idil montado por Cachi
Balcones. También recuerdo a otros caballos de vallas que no se olvidan:
Bolshoi Cosac, Glycerius (también con Cachi), Bookmaker (con el
Marqués)... ¡Qué pena las carreras de vallas o el staple chase!
En el lado de las estrellas, siempre he guardado especial cariño por
Tucumán y Vichisky (vaya Memorial), dos auténticos fenómenos; pero el
altar lo ocupan la gran Teresa y el “divino” Partipral. Ver ganar a
Partipral el Memorial en un auténtico paseo, con Santiago Calle
acariciándole el lomo es posiblemente, el momento más importante, desde
el punto de vista turfístico, que yo recuerdo.
Luego la desidia de los dirigentes del Hipódromo, la falta de
alicientes, el golferío y falta de profesionalidad de algunos, llevaron
al Hipódromo a la sima del descrédito y del deshonor. Nos rompieron la
afición, y cuando el hipódromo cerró, nos rompieron el alma... Pero esa
es otra historia que ojalá esté conclusa, aunque no debemos olvidarla
para no caer de nuevo...
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