Llevaba semanas rozando el larguero. Tras un estudio somero y aprovechando
la información del foro y de las páginas web, había conseguido
resultados sorprendentes, prometedores, casi rentables. Cuatro, o como
mínimo tres aciertos, jornada tras jornada, sin bajarse del podium.
Había llegado a pensar que su destierro hacia otras latitudes, que la
pérdida de referencias y su voluntario alejamiento del mundo hípico no
le había, como se temía, desprovisto de aquel toque mágico que un día
tuvo sobre las apuestas.
Su capacidad por adivinar el porvenir, de leer en los hechos diarios el
germen del futuro, parecían haber sido cosas del pasado, pero con la
vuelta de las carreras y tras unos inicios dubitativos, pensaba haber
retomado el pulso a la situación, a imaginar que los conocimientos
adquiridos en tiempos pretéritos, eran ahora la llave perfecta para abrir
la cerradura del éxito.
Ya el día anterior había recibido noticias inquietantes, signos
inequívocos de que su suerte estaba cambiando, que la fuerza de las
mareas era otra y la dirección del viento había cambiado. Tras un mes de
cierta calma y acontecimientos festivos, negros nubarrones se cernían por
el horizonte. Al principio quiso no hacer caso, pensar que eran simples
fenómenos climatológicos, nada relacionada con el asunto; el giro de los
acontecimientos no tenía porque afectarle a él.
Por eso se ubicó con deleite en el sofá. Teledeporte ofrecía las
carreras en directo y eso le ponía en parte a salvo de las veleidades e
incompetencia del locutor. La narración en directo anulaba cualquier
posibilidad de que el resultado se anticipara en la alocución. Asistiría
a su espectáculo favorito en óptimas condiciones.
Sin embargo, cuando en la primera carrera, los últimos caballos
entraban en los cajones, tuvo un presentimiento, un escalofrío le
recorrió la espalda, y el asunto se volvió tenebroso cuando uno de los
pocos caballos que había descartado en esa carrera, tomó la punta con
decisión, transmitiendo la inequívoca impresión, de que era el más
capaz del lote.
El resto de la mañana se convirtió en una burla: caballos que se
quedaban en la salida, o que incomprensiblemente viajaban en el furgón de
cola a decenas de cuerpo de la vanguardia. Presuntos fijos que se
comportaban como jamelgos, y caballos de clase actuando como potrillos en
su primera actuación.
Por eso, cuando los participantes de la quinta de la mañana,
permanecían inquietos junto a los cajones de salida, una mezcla de
estupor y de profunda decepción habitaba en su cabeza. Ya no tenía nada
que perder y por supuesto nada que ganar. Pero como siempre ocurre, la
ironía se hizo hermana de la burla: Su gemela a priori segura, llegó al
revés; por una cuestión de monta, exceso de participantes, mala suerte,….
daba lo mismo.
Balance final: Dinero apostado: Treinta y seis euros. Total aciertos:
Cero.
Apagó el aparato de tv con el mando, en un gesto brusco. Más parecía
que disparaba con el revolver de un pistolero del Far West. La televisión
se había convertido de repente en un objeto maligno que vomitaba
imágenes falsas y por ello convenía destruirlo para no ser nuevamente
víctima de sus desmanes.
Así, ante el repentino silencio de la habitación, y profundamente
impactado por unos acontecimientos objetivamente nimios e intranscendentes
para la mayoría, pensó:
“Esa mítica, deseada y siempre esquiva séxtuple de cien mil euros,
con la que todo aficionado auténtico sueña, la cobrará otro; quizás un
inexperto principiante recién llegado, con los hados de su parte, o un
calculador y frío jugador de bolsa para quien la pasta es lo principal,
nunca quien seguro la merece: Aficionados que acumulamos décadas de
estudios inútiles, hombres presos de la magia de un galope, deudores
siempre de la belleza de un purasangre”.
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