Ante la avalancha de críticas que se vienen produciendo sobre los
habituales pronosticadores de nuestras queridas webs, me gustaría
compartir con todos los que todavía me soportan, algunas pequeñas
reflexiones sobre lo que para mi representan las apuestas hípicas.
Apostar es vivir, o apostamos porque nos sentimos vivos. Cualquier
movimiento humano puede ser reducido en términos de apuesta. Apostamos,
por que al levantarnos pisando primero con el pie derecho, el día se nos
dará mejor. Apostamos cuando elegimos el atuendo, la corbata, si es
necesario el paraguas esa mañana o podemos prescindir de él, cuando
aplicamos más o menos mermelada a la tostada del desayuno, cuando
elegimos el menú en el restaurante. Todo son decisiones; y por nimias y
habituales, por repetidas y casi automatizadas que nos resulten, suponen
cada una de ellas, recopilar información y procesar esa misma
información, aunque en la mayoría de los casos la decisión se toma en
unos pocos segundos. El fin de todo ello es, que con cada una y la suma de
todas esas pequeñas decisiones diarias, nuestro grado de satisfacción y
las ventajas materiales obtenidas de esa forma serán superiores.
Por eso es tan atractiva la apuesta hípica, porque el espacio donde se
ejecuta es un microcosmos cerrado sobre sí mismo, un perfecto laboratorio
de ensayo, una metáfora ideal sobre la vida misma, sin las asperezas y
los vértigos del mundo real, pero proporcionando las mismas o si cabe
mejores emociones. Cuidado, no es lo mismo jugar que apostar. El jugador
busca la ganancia por encima de todo, y la satisfacción obtenida guarda
una relación casi proporcional a la suma cobrada. Para el jugador es lo
mismo poner su dinero sobre la probabilidad de un caballo, que en un mazo
de cartas. Para el apostante no es tan importante la cifra ganada, como el
propio proceso, la constatación al producirse el resultado de que su
análisis era el correcto, que su conocimiento de la materia objeto de su
estudio, excede en un porcentaje considerable al de la media. Para el
apostante puro, no hay satisfacción mayor que ver como el caballo por él
señalado se impone por delante de los favoritos. La competición sirve
para evaluar su grado de conocimiento. El apostante no pretende tanto
hacerse rico como demostrar, sobre todo a sí mismo, que controla los
resortes de su afición.
Una cosa es producir información y otra cosa es procesar adecuadamente
esa misma información. Además eso es una cadena que sólo termina cuando
se toma la decisión final. Yo puedo aprovechar la información de otros
para forjar la mía propia, y a su vez si traslado mi opinión final a
otra persona, para él será información más o menos útil para fabricar
la suya propia. Por eso se suele afirmar que no es lo mismo ser erudito
que sabio. La erudición consiste en la acumulación sin más de datos,
hasta un nivel enciclopédicos llegado el caso. Pero por muchas cosas que
se sepan a cerca de algo, sólo se entiende de verdad si se comprenden
cuales son y como operan los resortes de una determinada materia o
ciencia. Y la ciencia hípica, aún compleja e inexacta no deja de ser una
ciencia, cuyo fin último es la apuesta por saber cual será caballo más
rápido sobre una distancia, dadas unas circunstancias y sujeto a unos
determinados límites.
Producir información de calidad es complicado, supone manejar ingentes
cantidades de datos, a los que no siempre se tiene un óptimo acceso. Es
perfectamente lícito y resulta siempre ventajoso utilizar la información
base ya procesada por expertos en la materia, que estadísticamente o por
cualquier otra razón de base científica, ofrezca garantías. Dado lo
limitado del tiempo de que habitualmente se dispone para tomar la
decisión sobre una apuesta, lo inteligente es aceptar como muy fiables
los estudios de los mencionados expertos, y trabajar sobre esa base para
dar con la mejor de las soluciones.
Pero la decisión final de apostar por un caballo siempre será fruto
de la propia reflexión, del procesado inteligente de la información
obtenida, con la incorporación particular de datos nuevos adquiridos por
uno mismo; tal vez en el último momento, cuando el caballo da vueltas en
el padock y nos transmite una información importante, decisiva para
cambiar el sentido final de nuestra apuesta.
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