Filosofía de la Apuesta (por Origenes)
Foro A Galopar & Turfinternet, 02/11/2005

Ante la avalancha de críticas que se vienen produciendo sobre los habituales pronosticadores de nuestras queridas webs, me gustaría compartir con todos los que todavía me soportan, algunas pequeñas reflexiones sobre lo que para mi representan las apuestas hípicas.

Apostar es vivir, o apostamos porque nos sentimos vivos. Cualquier movimiento humano puede ser reducido en términos de apuesta. Apostamos, por que al levantarnos pisando primero con el pie derecho, el día se nos dará mejor. Apostamos cuando elegimos el atuendo, la corbata, si es necesario el paraguas esa mañana o podemos prescindir de él, cuando aplicamos más o menos mermelada a la tostada del desayuno, cuando elegimos el menú en el restaurante. Todo son decisiones; y por nimias y habituales, por repetidas y casi automatizadas que nos resulten, suponen cada una de ellas, recopilar información y procesar esa misma información, aunque en la mayoría de los casos la decisión se toma en unos pocos segundos. El fin de todo ello es, que con cada una y la suma de todas esas pequeñas decisiones diarias, nuestro grado de satisfacción y las ventajas materiales obtenidas de esa forma serán superiores.

Por eso es tan atractiva la apuesta hípica, porque el espacio donde se ejecuta es un microcosmos cerrado sobre sí mismo, un perfecto laboratorio de ensayo, una metáfora ideal sobre la vida misma, sin las asperezas y los vértigos del mundo real, pero proporcionando las mismas o si cabe mejores emociones. Cuidado, no es lo mismo jugar que apostar. El jugador busca la ganancia por encima de todo, y la satisfacción obtenida guarda una relación casi proporcional a la suma cobrada. Para el jugador es lo mismo poner su dinero sobre la probabilidad de un caballo, que en un mazo de cartas. Para el apostante no es tan importante la cifra ganada, como el propio proceso, la constatación al producirse el resultado de que su análisis era el correcto, que su conocimiento de la materia objeto de su estudio, excede en un porcentaje considerable al de la media. Para el apostante puro, no hay satisfacción mayor que ver como el caballo por él señalado se impone por delante de los favoritos. La competición sirve para evaluar su grado de conocimiento. El apostante no pretende tanto hacerse rico como demostrar, sobre todo a sí mismo, que controla los resortes de su afición.

Una cosa es producir información y otra cosa es procesar adecuadamente esa misma información. Además eso es una cadena que sólo termina cuando se toma la decisión final. Yo puedo aprovechar la información de otros para forjar la mía propia, y a su vez si traslado mi opinión final a otra persona, para él será información más o menos útil para fabricar la suya propia. Por eso se suele afirmar que no es lo mismo ser erudito que sabio. La erudición consiste en la acumulación sin más de datos, hasta un nivel enciclopédicos llegado el caso. Pero por muchas cosas que se sepan a cerca de algo, sólo se entiende de verdad si se comprenden cuales son y como operan los resortes de una determinada materia o ciencia. Y la ciencia hípica, aún compleja e inexacta no deja de ser una ciencia, cuyo fin último es la apuesta por saber cual será caballo más rápido sobre una distancia, dadas unas circunstancias y sujeto a unos determinados límites.

Producir información de calidad es complicado, supone manejar ingentes cantidades de datos, a los que no siempre se tiene un óptimo acceso. Es perfectamente lícito y resulta siempre ventajoso utilizar la información base ya procesada por expertos en la materia, que estadísticamente o por cualquier otra razón de base científica, ofrezca garantías. Dado lo limitado del tiempo de que habitualmente se dispone para tomar la decisión sobre una apuesta, lo inteligente es aceptar como muy fiables los estudios de los mencionados expertos, y trabajar sobre esa base para dar con la mejor de las soluciones.

Pero la decisión final de apostar por un caballo siempre será fruto de la propia reflexión, del procesado inteligente de la información obtenida, con la incorporación particular de datos nuevos adquiridos por uno mismo; tal vez en el último momento, cuando el caballo da vueltas en el padock y nos transmite una información importante, decisiva para cambiar el sentido final de nuestra apuesta.