Hola. Lo primero que quería es agradecer, más incluso que felicitar, el
libro "Campeones" a sus autores. A mi me han hecho feliz y me lo
he regalado en mi 40 cumpleaños, y ha sido muy bonito recordar los viejos
tiempos. Comentaré el libro en otro mensaje pero ahora me llama la
curiosidad que se esté publicitando el libro como "las carreras de
la democracia".
Dios me libre de querer hablar de política en este foro, más bien
algún pequeño apunte histórico. El hipódromo fue, ya en los setenta,
una especie de "reino de opereta" en el que se podía ser un
poco rojillo y al mismo tiempo acólito de las cuadras de nobles
antañones como Villapadierna y miembros de la alta burguesía -la
oligarquía, que se decía en otros ambientes- como Beamonte y Blasco, o
del nuevo dinero, como Mendoza. Los triunfos se brindaban con champán en
la elegante cafetería de socios pero se concelebraban con el aplauso de
los aficionados de tribuna y general. Era aquello una especie de Oz al
margen del tiempo y de los cambios del exterior, que durante un tiempo se
sostuvo paralelamente a la España de la Transición. No hay que olvidar
que tras la muerte de Franco se celebró durante algunos años 'su'
carrera con el nombre de Generalisimo, con lo que eso suponía, antes de
pasar a llamarse Capitan general Franco, que aunque en aquellos tiempos
tenía su miga, era otr!
a cosa. Claro, que si en los 40 había un Memorial Duque de Toledo...
¿Por qué no podía el hipódromo seguir viviendo a su ritmo?
Yo creo que aquello comenzó a acabarse, más que con la muerte de
Villapadierna y Beamonte, con la de Blasco. Blasco estaba destinado a ser
'nuestro' Carrero Blanco, el que posibilitara una transición dentro de
unos límites. Su desaparición fue más trágica aún cuando Mendoza -que
fue quien realmente inició la transición, pero no en el 75, sino ya en
los ochenta- se desinteresó por las carreras y las entregó a los
representantes de la cultura del pelotazo. Y de ahí a ahora.
La democracia y el hipódromo no han llegado a entenderse. Es normal,
porque supongo que para muchos sería un reducto de la vieja oligarquía;
recuerdo vagamente aquella polémica del gabinete socialista con el premio
Presidente del Gobierno... Si, también recuerdo a Tierno entregando
copas, pero es que estaba ya en una edad y en una nube de popularidad que
ya le daba lo mismo ir a los caballos que dedicarle una plaza a John
Lennox. También el fútbol, opio del pueblo, tuvo que reconvertirse, tras
pasar años muy duros. Por cierto, que lo ha hecho a base de existir como
algo muy diferente a lo que era, y no sé si me gustaría lo mismo para el
hipódromo. En fin, no se a donde quiero llegar. Simplemente me llamaba la
atención la relación entre carreras y periodo democratico, que no ha
sido facil. Espero que a partir de octubre tengtamos ese hipodromo de
sustrato ampliamente popular, en todos sus ambitos, que todos deseamos.
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He leído ya el imprescindible libro "Campeones 1975-2004" y no
me parece que ni en sus páginas ni en los comentarios ad hoc, se esté
"publicitando" el último período democrático de la historia
de España; el libro simplemente se ocupa de las carreras españolas en
ese período, pero es por pura casualidad: Como explican los autores una
de sus intenciones era dar continuidad a otro excelente libro que se
publicó en 1975 sobre las carreras del período 1941-1974. Si ese primer
libro que se titulaba "Un tercio de siglo" se hubiera quedado en
1970, seguramente "Campeones" se habría ocupado también de las
carreras de los últimos años de la dictadura, recordando a los
inolvidables Donagua, Terborch, Travertine, etc. No me parece que el libro
pretenda ni en un solo de sus párrafos establecer una conexión con
épocas o circunstancias políticas y sociológicas.
Sin embargo el tema es interesante en sí y al hilo del mensaje de
Darío me gustaría hacer algunos comentarios históricos, con
interpretaciones de las que quizá otros disentís y quizá sirvan para
establecer un pequeño coloquio sobre el tema. La lástima es que es una
cuestión para tratar largamente y este foro dedicado sobre todo a la
actualidad de las carreras no es probablemente el lugar más apropiado.
En primer lugar, y en contra del falso tópico de su elitismo, en
España las carreras han tenido desde hace muchísimo tiempo una gran base
de afición popular, restringida desde luego a los pocos hipódromos que
han funcionado con continuidad en el país, pero muy intensa en esos pocos
núcleos. Y no es algo que comenzara ni en la democracia ni en la
dictadura, sino bastante antes de la guerra civil. Desde luego ese es al
menos el caso de Madrid, que es el que mejor conozco. Los llenos que
registraba el viejo hipódromo de La Castellana en los años veinte y
treinta del pasado siglo no se producían desde luego por una
concentración general de aristócratas. Los más viejos recuerdan los
tranvías abarrotados de la línea de tranvía La Bombilla-hipódromo con
la gente colgada de los estribos y todavía hoy un kiosko junto a Nuevos
Ministerios llamado "del hipódromo".
Con La Zarzuela sucedió lo mismo. Los llenos de los años sesenta y
setenta eran impresionantes, e inusitados en otros países europeos salvo
en jornadas clave. Una buena parte de los aficionados provenía de dos
barrios nada elitistas de Madrid donde las carreras eran parte del
ambiente: Argüelles, el barrio de los estudiantes y Aravaca, el antiguo
pueblo de la Cuesta de las Perdices, donde vivían los jockeys, mozos y
preparadores. Los domingos después de la comida una larga fila de
aficionados hacia cola frente al Ministerio del Aire para abordar los
autobuses al hipódromo, que se llenaban cada dos minutos. En los bares de
Argüelles y Aravaca se vendían los programas y en algunos se podía
jugar la Quíntuple y la Triple Gemela. Estudiantes enganchados a las
carreras madrugaban para acudir a los entrenamientos o volvían a pie del
hipódromo, tras invertir en la última carrera el dinero del autobús.
Ramón Mendoza, por ejemplo, inició así su afición en aquellos años de
la posguerra.
Igual ha sucedido históricamente en Lasarte, con una afición
entusiasta y mayoritariamente joven, que desgraciadamente ha disminuido en
los últimos tiempos. Con la excepción del Reino Unido es difícil
encontrar en los recintos europeos una afición tan popular y entregada
como la de los escasos hipódromos españoles y a quienes no lo crean les
recomiendo comprobar lo desangelada que resulta una tarde de carreras en
Longchamp, Saint Cloud, Baden-Baden o Capanelle salvo el día del Arco de
Triunfo y algunos pocos más. Gestos como el aplauso cerrado al ganador a
su vuelta a balanzas o los silbidos cuando el galope es lento en el primer
paso ante las tribunas, resultan exóticos en esos hipódromos, aunque
disfruten de carreras de más alto nivel.
La otra observación histórica es que, en contraste con la base de
afición popular a nuestras carreras, la clase dirigente o potentada, la
oligarquía en el término que ha escogido Darío en su mensaje, no ha
estado ni mucho menos a esa altura, ni durante la dictadura ni durante la
democracia y nuestras carreras han pagado su precio por ello. En primer
lugar quería referirme a la aristocracia, que bajo el influjo de Alfonso
XIII, decidido promotor del Turf durante su reinado, si participó de
forma importante como propietarios y sostenedores de la actividad. Pero
históricamente, y con honrosas excepciones, la nobleza en España ha
mantenido escasa preocupación por las actividades públicas o culturales,
algo más tradicional en la aristocracia del Reino Unido, y ha centrado su
interés en asuntos más particulares. Posiblemente el mayor interés de
bastabtes de ellos era situarse en la corte de un monarca tan aficionado
al Turf, porque al llegar la República en 1931hubo una deserción!
general de su implicación en las carreras, llegando incluso a proponer la
disolución de la Sociedad de Fomento. La situación fue salvada por el
conde de la Dehesa de Velayos, que asumió la presidencia y negoció con
las autoridades de la República la continuidad de las carreras en Madrid,
ya que estaba próxima vencer la concesión de los terrenos del hipódromo
de La Castellana.
Velayos era hijo del conde de Romanones, una de esas excepciones entre
la nobleza española por su preocupación e implicación en los asuntos
públicos. Consiguió el apoyo del primer ministro Azaña en cuyo partido,
Acción Republicana, militaba otro título de la familia. Azaña
reconocía la base popular de la afición al turf y acudió al hipódromo
de La Castellana cuando ya presidía el Consejo de Ministros. Fue así
como el gobierno de la República tomó la decisión de crear el
hipódromo de La Zarzuela y financiar su construcción, que estaba ya
avanzada cuando estalló la guerra. Puede ser casualidad, pero esa
tradición heterodoxa entre la nobleza española de Romanones y familia
quizá tenga que ver con que sean también de los escasos aristócratas
que han mantenido durante largo tiempo una cuadra de carreras. Todos los
títulos que eran propietarios en la época de protección de Alfonso
XIII, fueron desapareciendo de los programas, la mayoría ya antes de la
guerra. La única excepción ah!
ora y perdón si me equivoco, es el ducado de Alburquerque, una excepción
excepcional.
Este mensaje se hace ya muy largo y si me lo permitís continuaré en
otro momento con opiniones sobre el asunto a partir de 1940.
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