EL “EFECTO MIREMONT”
Mi excusa es que llevo el juego en la sangre.
Mi padre jugaba hasta a la Tómbola de la Vivienda. Un domingo de
verano, ya de noche , llegó a casa excitado porque le habían tocado dos
botes de mermelada inglesa y nos reunió a todos para que los viéramos.
¡Mermelada inglesa!
Aquél recuerdo quedó grabado para siempre en casa simbolizando el
lujo y dignificando los juegos de azar y de hecho cuando, ya mayorcitas,
Amelia y yo empezamos a viajar a Londres, nunca dejamos de llevar a Papá
mermelada.
-Papá, mira lo que te he traído.
-¡Mermelada inglesa! Te habrá costado mucho, cariño.
Un célebre inglés dijo una vez que el juego es la actividad más
ética que existe pues sirve para arruinar a los estúpidos. La tómbola
de la vivienda creo que tenía algo de benéfica lo que hacía más ético
aún el jugarse el dinero en aquellas apasionantes barracas.
Lo bueno y lo malo de los recuerdos es que van cambiando sin que nos
demos cuenta. Sin que percibamos la distorsión. Se deforman en paralelo
con nuestra memoria y con la vida misma. Es como si las letras del
periódico se fueran agrandando con nuestra presbicia. Se llama “Efecto
Miremont”. Lo sufren los pescadores al rememorar el tamaño de la
trucha, los hombres con los amores pasados y lo experimentamos las mujeres
al recordar a nuestro padres. Por qué se comportarán los recuerdos así?
Teníamos un jardinero en la finca que por las tardes hacia tertulia
con nosotras. Hacía observaciones muy elementales y profundas a la vez ,
como un verano que se lamentaba de que un viento cálido había secado las
hojas tiernas de los nogales.
-El viento tiene que servir para algo. Yo todavía no sé para qué pero
todo lo que hay sirve para algo. Eso sí lo sé.
Poco después estudiaría yo al griego Leucipo para el que, analizando la
causalidad y el azar: “Todo ocurre porque es necesario”.
Los que vivimos el hipódromo de la Zarzuela durante los años setenta
sufrimos el “Efecto Miremont”.
No podemos evitarlo pero, ante lo que viene, nos convendrá saber que lo
padecemos. Nunca nada es igual que antes y , volviendo a los griegos, “nunca
nos bañamos en el mismo agua”.
Demócrito que era discípulo, precisamente, de Leucipo dejó escrita
la siguiente máxima que, desde la distancia, me permito sugerir a los ya
viejos aficionados españoles: “DEBEMOS CONSIDERARNOS DICHOSOS POR LO
QUE TENEMOS Y NO POR LO QUE PODRÍAMOS SER”
Trataré de viajar a España en Septiembre, pero lo haré con el ánimo
de ver algo nuevo y, de paso, de jugarme, como siempre, unos euros al
caballo de nombre más romántico. Después, gane quien gane, nunca
considero que he perdido. En el peor de los casos, he pagado el
justiprecio de la excitación.
Aquí dicen algo así como:
Hay varias maneras de arruinarse:
Trabajar es la más aburrida;
La Bolsa, la más elegante;
La Ruleta, la más segura;
Las Mujeres, la más placentera
Y las Carreras, la más excitante.
Carolina S. B.
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