Corría el año 1967 y nuestro hipódromo de La Zarzuela era un lugar muy
feliz para todos los aficionados a las carreras de caballos, en esas
tardes hermosas de nuestro calendario hípico, nos reuníamos muchos
amantes del turf cada Domingo en el recinto de Tribuna, donde se
polemizaba sobre muchos aspectos de los acontecimientos que se iban
desarrollando tarde tras tarde. La desigualadísima salida de la cuarta
carrera, el recelo que les quedó a no pocos de si se mantendría un orden
de llegada, aunque el ganador había estorbado. La permanencia incomoda
del público en los vestíbulos “de las puerta de cristales” pidiendo
con insistencia por muchos espectadores una manera de aliviar allí la
crueldad del ambiente.
Otra y van.... Los aficionados se quejan de los incidentes de monturas,
estribos, etcétera. Sin el menor propósito de molestar a nadie,
invitamos seriamente a la máxima meticulosidad en el capítulo. Sobre
todo en nombre de la integridad física de los que montan, sin olvidarnos
de los intereses del público que andan en juego.
El comentario permanente de cada tarde, el nuevo fallo estrepitoso del
sistema de salidas, que constituye un motivo de zozobra permanente, y que
el sistema de cajones se impone ya, para alejar ese fantasma de no saberse
nunca qué va a pasar al otro lado del telón de las cuerdas. Seria
lamentable que por su culpa llegase la frustración de una campaña feliz
hasta ahora, meritísima en tantos aspectos.
El final de la jornada una vez corrida la última carrera, era el mismo
prácticamente de cada domingo; “acabo de licenciar a mis tablas, porque
con tanto vaivén de valores, maldita utilidad me aportaban. Confieso que
estoy hecho un taco. A lo mejor veo más claro dejándome guiar por la
intuición y por meras corazonadas ¿A usted qué le parece?” El amigo
sonríe, ya que con su veteranía está de vuelta no ya de reacciones del
corte de la referida, sino de promesas solemnes do no volver a pisar el
hipódromo. ¡Oh de las iracundas; rayos y centellas!, de quienes se les
hacen huéspedes los dedos de todos los resultados que no encajaron en las
cábalas particulares del artista. Así es el “turf” en los idiomas y
medios mas distintos, impulsando a muchos aficionados y apostantes a hacer
suya la letra de tango: “Yo juré mil veces, no vuelvo a insistir...”.
PD: Estos relatos pueden resultarles “pasados” a los jóvenes
aficionados actuales, pero siempre encontraran un recuerdo de aquellos
momentos a otros con unos cuantos años mas.
IMAGEN: Aspecto de La Zarzuela en un día de carreras de 1967 (se
respiraba una total tranquilidad)
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