El pasado mes de agosto Din Liebman, Director Ejecutivo de la publicación
BloodHorse, se hacía eco, como otros tantos, de la futura vida y salud de
nuestro turf. Opinaba sobre cuantos males le acecharán en pocas fechas,
como si de un diagnóstico médico se tratara en base al las nuevas
amenazas, o no tan nuevas, que padece a día de hoy la humanidad.
El citado artículo, un pequeño esbozo de apenas medio centenar de
líneas, acumula las tres grandes gestiones de nuestro turf. Por este
orden, medicación, apuestas y cría. Ciertamente se me antoja concluyente
pero poco deshilachado, en virtud de la importancia que cada apartado
merece. Y todo un suponer tan importante como este necesita tener
entrañas, vicios y cuerpos extraños que poder combatir para conseguir un
turf más próspero.
Por encima de combinaciones y medicamentos, la gran obra de arte
seguirá siendo la cría. Es mi apuesta personal, y la de muchos otros,
mantener viva la esperanza de millones de aficionados al ver contemplar el
galope de gran clase de los equinos más capacitados, esa “otra raza”.
<<Hombres sabios e influyentes aconsejan al combativo y esforzado
novato “dejar el mundo como está, que ya es bastante difícil
mantenerse en esta nueva vida que nos toca”>>. Parece un riesgo
infinito con escasas opciones de éxito, pero la lucha nunca debe darse
por perdida.
Si extrapolamos este pensamiento, convertido en conducta, al mundo del
turf, la sensación de congoja ante el devenir es inmensa. Volviendo al
artículo del Sr. Liebman, el futuro de la cría padece un cáncer
terminal. La cría sólo como proyecto comercial, grandes books de
cubrición, o lo que es lo mismo, cada vez más bajos ratios de corredores
sobre nacimientos, y no digamos ganadores sobre corredores, o ganadores de
stakes sobre corredores. La compra de yearlings machos basada en la
proyección a corto plazo como sementales. ¿Qué espacio tendrán
entonces las carreras para caballos de edad, y los reclamares?. Estas son
algunas de las reflexiones manuscritas en este artículo del montón,
tratando de desvelar o más bien alertar sobre un futuro no muy lejano
lleno de incertidumbres.
Sin embargo, en manos de los propietarios y criadores más influyentes
del nuevo siglo está la posibilidad de invertir el orden malévolo en
torno al que gira nuestras carreras de caballos. Su apuesta debe ser clara
y decisiva para erradicar la plaga que suponen los orígenes cada vez más
orientados a la precocidad y velocidad. No se trata de aniquilar la
velocidad, sino de recrear la normalidad, imperiosa hasta no hace mucho
tiempo. He llegado a pensar alguna vez que con orígenes tan
endiabladamente rápidos, algunos ejemplares serían incapaces de llegar
tan siquiera a los 5 furlong. ¿Qué ocurrirá entonces con las grandes
Cups?.
Siendo la variedad en otros ámbitos de nuestra vida un estado de culto
en sí mismo, es, sin embargo, un peligroso incidente para el turf, según
reflejan los nuevos intereses creados. Queda lejos ya el amanecer del
turf, allá por el siglo XVIII de manera oficial, y hasta hace pocos años
eran objeto de deseo aquellos ejemplares capaces de abordar distancias
siderales sobre los hipódromos. Así comenzaron las carreras, sin embargo
hoy todo parece perdido, desprestigiado.
Uno cree en el efecto rebote, como históricamente ha sucedido en las
sociedades del mundo. Pero a la vez parece no haber fondo sobre la cría
de purasangres cada vez más incapaces de abordar 100 metros más o menos
sobre la que apuntalan como distancia ideal. Si algún atrevido lo
consigue se le tratará como espécimen superior, algo que pareciendo
razonable no comparto.
Sabido es por todos la incapacidad mundial por concebir, aplicar y
obtener el caballo perfecto. Materialmente adosado a la imperfección
humana, es impensable dar solución a este requisito, y espero nunca se
logre pues estaremos dando la estocada final a las carreras. Pero ello no
quita la benevolencia con que se trata a ejemplares imperfectos,
inconsistentes e incapaces de lograr más objetivo que una carrera de
nivel, si no el cada vez más influyente visado de cría por papel. Más
preocupante aún si cabe logrado el objetivo sobre un corto metraje, todo
aderezado con la mayor de la velocidades. Y es aquí donde todo el mundo
se deja llevar. Nadie sabe o quiere poner freno a un cúmulo de
in-facultades para la procreación de imperfecciones a un ritmo
estremecedor.
Durante gran parte del año pasado la prestigiosa web del diario
hípico Racing Post sacaba adelante una encuesta popular sobre los 100
ejemplares favoritos para el público de todos los tiempos. Mientras, las
mentes más ancianas, sabias al paso del tiempo, daban la explicación
más sencilla sobre el tema en cuestión. Decía así: < se trata del
pueblo, y al pueblo no puedes llegarle si apenas te ven, pero además
debes llegarles, tendrán que transmitir para conseguir su adoración
>. Ciñéndome exclusivamente al top ten de dicha encuesta, muchos
conocerán el resultado. Son Arkle, Desert Orchid, Red Rum e Istabraq
dueños absolutos del corazón de los aficionados del turf en Las Islas.
Allá donde también galoparon caballos como Brigadier Gerard, Persian
Punch, Dancing Brave o Nijinsky. Dio lo mismo la especialidad donde
obtuvieran sus mayores éxitos estos ejemplares, pero resulta determinante
que cuatro grandes saltadores se llevaran la votación, acompañados por
otros como One Man y Sea Pigeon. Al fin todos fueron grandes ejemplares,
pero la clave está en el tiempo que pudieron los aficionados disfrutar de
su galope en las pistas. Y más preocupante aún es el tiempo que ha
pasado desde que estos héroes pasaron por las pistas. La ansiada
renovación no se produce, aunque Best Mate y Giant’s Causeway quedaron
relativamente cercanos al grupo líder.
Dicha conclusión tiene relación directa con la gestión de las
apuestas. Existe una vertebración del apostante, uno de los más
importantes soportes de las carreras, catalogado como no profesional, más
cercano al aficionado visor que al propio apostante profesional. Hierran
quienes no los cuiden y los mimen, pues carreras las habrá por cientos de
miles, salvaguardando así al apostante, pero campeones, verdaderos
galopadores, admirados por su calidad y consistencia a través del tiempo,
sobre cualquier distancia, parecen no tener cabida en este turf actual
donde los acontecimientos se suceden a marchas forzadas, como en la vida
particular de cada uno de nosotros, y apenas nos dejan saborear los hitos
de cada uno de los individuos que hacen de este deporte, el más
espectacular de todos, el deporte rey.
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