Como no podía ser de otra manera, nos deja con un cierto halo de tragedia
en la despedida. Tu historia, bien sabida por los buenos aficionados,
nunca dejó de ser una sucesión de momentos extremos de felicidad y
pesar. Desde la concepción del cruce, nunca tanta ilusión puesta en unos
papeles y un padrillo, tu nacimiento (qué feúcho), las dificultades para
encontrar un comprador, tus cíclicas recaídas, etc.
Y posteriormente, lo más triste, primero Agustín y luego Justo,
personas muy directas a ti, que nos dejaron sin poder saborear aquella
Copa de Oro excepcional.
De nuevo los problemas físicos, Román sabe algo de ello, la lesión
que estuvo a punto de apartarte prematuramente de las pistas y la
reaparición triunfal en Francia tantos meses después.
Pero Alberto nunca se desanimó y tú seguiste corriendo y luchando
como el campeón que eras hasta encontrar acomodo en Ulzama, donde apenas
si pudiste cubrir un par de yeguas. Injusticias de un país poco
desarrollado en lo turfístico donde los campeones locales no tienen
posibilidades de intentar transmitir lo que llevan dentro. Ni nosotros
confiamos en ti en esta nueva faceta, cegados por la ortodoxia.
Bueno, ya no tiene remedio. Pero nos quedaremos con tus victorias y,
sobre todo, con tu espíritu ganador, que te llevó por encima de las
limitaciones físicas, hasta alcanzar ese palmarés que pocos otros pueden
lucir en sus historiales.
Adiós, Campeón.
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